Los bombones dorados

 

Hace tanto tiempo que ya nadie se acuerda de que hubo una época en la que cada niño vivía con un duendecillo de la felicidad que lo acompañaba desde el día de su nacimiento. Los duendecillos se alimentaban de la alegría de los niños, y por eso eran expertos inventores de juguetes y magníficos artistas capaces de provocar las mejores sonrisas.
Con el paso de los años, los duendes mejoraron sus inventos y espectáculos, pero la alegría que conseguían era cada vez más breve. Por más que hicieran, los niños se volvían gruñones y exigentes cada vez más temprano. Todo les parecía poco y siempre querían más. Y ante la escasez de felicidad, los duendes comenzaron a pasar hambre.
Pero cuando pensaban que todo estaba perdido, apareció la pequeña Elsa. Elsa había sido una niña muy triste, pero de pronto se convirtió en las más poderosa fuente de alegría. Ella sola bastaba para alimentar a cientos de duendes. Pero cuando quisieron felicitar a su duende, el pequeño Flop, no lo encontraron por ningún sitio. Por más que buscaron no hubo suerte, y cuando lo dieron por muerto, decidieron sustituirlo por Pin, el mejor duende de todos.
Pin descubrió enseguida que Elsa era diferente. Ella no disfrutaba mucho con los regalos y maravillas de su duende. Regalaba a otros niños la mayoría de juguetes que recibía de Pin, y nunca dejaba que su duende actuase solo para ella. Vamos, que parecía que su propia alegría le importaba mucho menos que la de los demás niños y a Pin le preocupaba que con esa actitud se pudiera ir gastando toda su energía.
Una noche, mientras Pin descansaba en su cama de duende, sintió algo extraño bajo el colchón, y al levantarlo descubrió la ropa de Flop, cubierta de chocolate dorado. Como todos los duendes, Pin conocía las leyendas sobre el chocolate dorado, pero pensaba que eran mentira. Ahora, viendo que podían ser ciertas, Pin corrió hacia la cama en que dormía Elsa y miró a través de sus ojos. ¡Allí estaba Flop, regordete de tanta felicidad! Pin sabía que desde dentro, Flop no podía verle, pero volvió a su cama feliz por haber encontrado a su amigo, y por haber descubierto el secreto de la felicidad de Elsa: Flop la había convertido desde dentro en un duendecillo de la felicidad, y ahora que estaba tan ocupada haciendo felices a otros se había convertido en una niña verdaderamente feliz.

Los días siguientes Pin investigó cuanto pudo sobre el chocolate dorado para enseñar a los demás duendes cómo hacer el mismo viaje. Bastaba con elegir un niño triste, posarse en su mano mientras dormía, darle un fuerte abrazo, y desear ayudarlo con todas sus fuerzas.
Así fue como Pin se convirtió en un bombón dorado. Y a la mañana siguiente aquel niño triste se lo comió. Aunque sabía que no le dolería, pasó muchísimo miedo, al menos hasta que le tocó la lengua, porque a partir de ese momento sintió las cosquillas más salvajes y rió y rió y rió… hasta que estalló de risa. Y entonces apareció en el alma de aquel niño triste, dispuesto a convertirlo en un auténtico duendecillo de la felicidad ayudando a otros a ser más felices.
Los demás duendes no tardaron en imitar a Pin y a Flop, y pronto cada niño tuvo en su interior un duendecillo de la felicidad. El mismo que aún hoy nos habla todos los días para decirnos que para ser verdaderamente felices hay que olvidarse un poco de las propias diversiones y hacer algo más por los demás.

Un cuento de Pedro Pablo Sacristán extraído de https://cuentosparadormir.com/


La felicidad no es algo que tengas que perseguir. 
No se encuentra tras el cristal de un escaparate, 
ni en el lugar más lejano del mundo. 
No se encuentra en las películas que prometen príncipes, 
ni en esa fiesta en la que todo brilla pues es de lentejuelas. 
Ni en la suculenta comida, ni siquiera en las aceitunas.
 No está en nada que se pueda tocar y que esté fuera de ti. 
Tu felicidad, querida Beatriz, está dentro
donde viven tus hadas y desvelos
donde una vez hace tiempo
voló una libélula.
La felicidad no es algo que tengas que perseguir 
como una hoja seca que se lleva el viento.
La tienes dentro
como el alma 
y la puedes acariciar 
en los momentos 
en los que la luna te susurre anhelos.

Un poema de Clementina Crol.

Este cuento y este poema están dedicados a mi niña Beatriz, que tiene un duendecillo dentro y, por eso, es portadora de felicidad. No lo olvides nunca, Bea, tú tienes una inmensa luz en tu corazón y siempre podrás acudir a ella, pues no se irá por mucho que sople el viento. 

Este cuento y este poema está dedicado a vosotros, que también albergáis un duende y aunque os creáis muy mayores, muy serios y viváis en una ciudad de edificios fríos, hay algo en vuestra alma que no deja de latir y que es tierno como el niño que fuisteis. Por eso, si cerráis los ojos y respiráis el inocente aire de la mañana, podréis tocarlo como si fuera un pétalo. No olvides que comiste el bombón dorado y que son tus manos las que pueden llegar al otro y tu voz la que transmite palabras de amor y que tus brazos cálidos pueden sanar cualquier herida, y que tus lágrimas te hacen más humano, y que eres parte de todos nosotros y de la luna y de la rosa. No olvides, por favor, que llevas un duende dentro que te pide con su voz serena, que salgas al mundo a llevar tus regalos y los dejes a sus pies.


Comentarios

  1. Qué bonita la historia de hoy...de esas que te dejan una sonrisa involuntaria en la cara, de esas que sin darte cuenta prenden una chispa de felicidad en el alma...como observar a un bebé, a una mascota con la mirada de ternura fija en su dueño, a los pájaros que ajenos al mundo construyen su nido....hay tanta belleza y amor ahí esperando, sólo hay que despertar, despertar ese duende que todos llevamos dentro desde siempre. Gracias por recordarlo Clementina.

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    1. Qué palabras tan inmensas dices: "Hay tanta belleza y amor ahí esperando...". Vivir cada día con esas palabras en el corazón, convierte la vida en algo mágico, brillante ¿verdad? Ya no existe la rutina ni la desesperación, pues sabemos que no estamos solos y que lo que nos rodea está impregnado de Amor. Muchas gracias Sangani por estar ahí.

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