Nuestra vida está llena de sueños. Pero soñar es una cosa y ver qué hacemos con nuestros sueños es otra. Por eso, la pregunta inicial es qué hicimos, qué hacemos y qué haremos con esa búsqueda llena de esperanzas que los sueños, ellos, prometieron para bien y para mal a nuestras ansias. El sueño del que hablamos no es una gran cosa en sí mismo, una imagen de algo que parece atractivo, deseable o por lo menos cargado de cierta energía propia o ajena, que se nos presenta en el mundo del imaginario. Nada más y nada menos. Pero si permito que el sueño me fascine, si empiezo a pensar «qué lindo sería», ese sueño puede transformarse en una fantasía. Ya no es el sueño que sueño mientras duermo. La fantasía es el sueño que sueño despierto; el sueño del que soy consciente, el que puedo evocar, pensar y hasta compartir. «Qué lindo sería» es el símbolo de que el sueño se ha transformado.
Ahora bien, si me permito probarme esa fantasía, si me la pongo como si fuese una chaqueta y veo qué tal me queda, si me miro en el espejo interno para ver cómo me calza y demás… entonces la fantasía se vuelve una ilusión. Y una ilusión es bastante más que una fantasía, porque ya no la pienso en términos de que sería lindo, sino de «cómo me gustaría». Porque ahora es mía. Ilusionarse es adueñarse de una fantasía. Ilusionarse es hacer propia la imagen soñada. La ilusión es como una semilla: si la riego, si la cuido, si la hago crecer, quizás se transforme en deseo. Y eso es mucho más que una ilusión, porque el «qué lindo sería» se ha vuelto un «yo quiero». Y cuando llego ahí, son otras las cosas que me pasan. Me doy cuenta de que aquello que «yo quiero» forma parte de quien yo soy.
En suma, el sueño ha evolucionado desde aquel momento de inconsciencia inicial, hasta la instancia en que claramente se transformó en deseo sin perder el contenido con el cual nació. Sin embargo, la historia de los sueños no termina aquí; muy por el contrario, es precisamente acá, cuando percibo el deseo, donde todo empieza. Es verdad que estamos llenos de deseos; pero éstos, por sí mismos, no conducen más que a acumular una cantidad de energía necesaria para empezar el proceso que conduzca a la acción. Porque… ¿qué pasaría con los deseos sí nunca llegaran a transformarse en una acción? Simplemente acumularíamos más y más de esa energía interna que, sin vía de salida, terminaría tarde o temprano explotando en algún accionar sustitutivo (una acción que en mi experiencia profesional y personal no suele ser para nada deseable).
El camino de la felicidad. Jorge Bucay
Los seres humanos habitamos cinco planetas distintos:
De vez en cuando, me apetece meter en mi bolsa un sueño y e irme a la estación espacial, donde un cohete me lleva en un instante al segundo planeta, el de las Fantasías. En ese planeta también paseo, pero esta vez llevo mi sueño atado a un cordel dorado, como si de una mascota se tratara, y lo observo con admiración. Y llamo a mis amigos para que lo vean, porque estoy orgullosa de él. Un día, sin embargo, se me ocurre que, en lugar de pasear tanto al sueño, podría quitarle el cordel y ponérmelo encima. Pero eso en el país de las Fantasías no puede hacerse porque no hay probadores y, si te lo pruebas en la calle, te ponen una multa. Así que, cuando necesito probarme una fantasía, voy de nuevo a la estación espacial, me pongo el casco y en un cohete me traslado al instante al tercer planeta.
En ese planeta, el de las Ilusiones, hay probadores por todas partes. Lo primero que hago es meterme en uno de ellos y comprobar si mi fantasía me queda bien, si es de mi talla. Me miro en el espejo y paseo por la acera a ver cómo luce. Cuando los rayos de sol la tocan, se convierte instantáneamente en una ilusión. Todos en este planeta pasean con sus ilusiones. Veo mucha gente conocida y desconocida, todos iluminados por su ilusión, que se convierte en su vestido favorito. En este planeta podemos vivir mucho tiempo, ya que sus paredes son de algodón y no existen el Fracaso, la Humillación y la Tristeza. Pero ¡ay! un buen día siento que, aunque es agradable pasear con mi ilusión, algo falla. Cuando eso ocurre, la única solución es ir de nuevo a la estación espacial, ponerme el casco y volar hacia el cuarto planeta.
En el Planeta de los Deseos llueve continuamente. Es ahí donde mi ilusión, antes una simple semilla, empieza a crecer hasta el cielo. Todas las personas pasean con sus macetas transportando pequeñas, medianas y grandes plantas de todo tipo.
Foto de Cottombro en Pexels
Pero llega un momento en el que la maceta pesa tanto que ya no puedo caminar más. Y me quedo parada en la acera. Es entonces cuando me hago la siguiente pregunta ¿Planto mi deseo en el jardín para que no me pese la maceta o viajo con él al quinto planeta, al de las Acciones? Trasladarse a ese planeta no es tan fácil como ir a los cuatro primeros, porque no hay cohetes espaciales ya construidos que te lleven hasta allí. No es tan fácil como ponerse un casco y pulsar un botón. Para viajar al quinto planeta, primero tengo que ir a la tienda, comprar materiales y herramientas, para luego trasladarme al taller en el que construir mi propio cohete. En el taller hay otras personas fabricando sus cohetes. La mayoría de ellas está dispuesta a ayudarme. Sin embargo, no puedo contratar a nadie para que lo construya por mí, mientras yo me relajo en una tumbona. Solo puedo fabricarlo yo, utilizando mis propias manos y energía. Hay personas que se quedan a vivir en el taller, pues es divertido y hacen amigos. Además, como están todo el día ocupados, parece que su vida tiene sentido.
Ya he construido, por fin, mi cohete y, aunque siento miedo, mucho miedo, me decido a viajar al Planeta de las Acciones. Al llegar me doy cuenta de que hay mucha menos gente paseando por la calle. Y es que hay personas que se pasan la vida viajando entre los primeros cuatro planetas y nunca pisan este último. Da pereza, cuesta esfuerzo y encima, en este planeta, el Fracaso, la Humillación y la Tristeza suelen presentarse en tu casa a comer un sábado cualquiera. ¡Es lógico que haya menos gente! Con lo bonitos y fáciles que son los otros planetas...
...Sin embargo, solo los que pisamos este planeta sabemos que es algo más que un planeta por el que pasear y mirarse al espejo. Solo los que nos hemos atrevido a viajar hasta aquí sabemos... que, si buscas bien, hay una puerta que te lleva al infinito. Y también sabemos que es precisamente en ese infinito donde por fin encontramos lo que desde el principio llevábamos buscando.
Has encontrado tu puerta Clementina y cada día estás más cerca de alcanzar el infinito.
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