Buda enseñó a sus discípulos la metáfora de las dos flechas. La primera flecha representa las cosas inevitables de la vida: el dolor, la pérdida, la enfermedad y la certeza de la muerte. Esta flecha es inevitable, e inevitablemente se clavará en la diana que somos todos los seres vivos. La segunda flecha, en cambio, es la que nos disparamos a nosotros mismos, creándonos una herida autoinflingida que muchas veces es mayor que la primera. La causa de esta herida son los cuentos que nos cuenta la mente, todas las formas en que la mente complica nuestro sufrimiento por medio de su relación con lo que está ocurriendo.
Fuente : https://www.respiravida.net/
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La primera flecha es el dolor y es inevitable. La segunda flecha es el sufrimiento, que es opcional y se viste con los siguientes disfraces que tenemos colgados del perchero:
- El disfraz de la negación, el de avestruz, que mete su cabeza en la arena para no ver lo que hay. Me tapo con todas las mantas de la casa para no reconocer al monstruo y para que el dolor no me encuentre. Si nos ponemos este disfraz, somos niños que huimos de la incomodidad de la vida evadiéndonos con películas, compras, alcohol...en fin, un infinito ruido que nos aturde.
- El disfraz de la resistencia, el de boxeador, que lucha contra la realidad furioso, gritando al cielo "esto no puede pasarme a mí" chocando su cabeza contra la pared, como si ésta fuera a desaparecer con los golpes.
- El disfraz de cartero, que va metiendo sus culpas en todos los buzones que encuentra a su paso. Ante cualquier dificultad, lo primero que hago es buscar al responsable de mi drama, culpando o autoculpándome.
Cuando la mente agarra uno de estos disfraces, tiene sin duda buenas intenciones; pretende que huyamos del dolor. Es como una madre que evita ir al parque con su hijo para que éste no se caiga del tobogán. No se da cuenta de que el niño se caerá en algún momento, si no del tobogán, patinando o jugando al fútbol. Por lo tanto, nuestra madre mente, no consigue lo que pretende. Todo lo contrario, lo único que consigue es hacer más grande la fábrica de segundas flechas, aumentando nuestro sufrimiento. Y así nos pasamos la vida, persiguiendo como locos el placer, huyendo como locos del dolor...
Si los disfraces no son la respuesta ... ¿Qué podemos hacer cuando nos despertamos rodeados de niebla? Dicen los verdaderos sabios que la única vía para que esa niebla interna y externa se despeje es la aceptación, que es decir sí al paisaje que tenemos delante, aunque no nos guste, reconocerlo, darle un espacio. Aceptar que las cosas son así, aceptar que la vida es así, aceptarnos a nosotros mismos. Aceptar, como forma de esquivar la segunda flecha.
No estoy hablando de resignación, de bajar los brazos y abandonar todo esfuerzo; no significa que metas en un cajón tu esperanza. En absoluto. Aceptar es abrir mucho los ojos y entender lo que hoy es, como punto de partida para distinguir lo que puedo cambiar de lo que no. No pretende alejarnos de la excelencia, sino que nos acerquemos a ella con más serenidad.
Como dice Nisargadatta, gran maestro espiritual nacido en el siglo XIX:
El ego, por su propia naturaleza, está continuamente persiguiendo el placer y evitando el dolor. Acabar con esa pauta es acabar con el ego. Acabar con el ego, con sus deseos y temores, le permite a usted retornar a su naturaleza real, la fuente de toda felicidad y paz. [...] Cuando se acepta el dolor por lo que es, una lección y un aviso, y se mira con profundidad y se le escucha, la separación entre el dolor y el placer se rompe y ambos se convierten en experiencia: dolorosa cuando es resistida, gozosa cuando es aceptada.
En el universo, el sufrimiento se debe a la no aceptación."Dicho de otro modo, el sufrimiento se sostiene en la creencia: "Lo que es aquí y ahora, no debería ser".
Hoy propongo abrazar el presente, aceptarlo, quitándonos todos los disfraces de mamá-mente y abriéndonos de verdad a la realidad, para darnos cuenta de que el monstruo que temíamos, no era más que otro disfraz que colgaba del perchero.
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