Una película de aventuras

 Jamás alcanzarás un punto en la vida en que esté todo resuelto, en que todo esté perfectamente atado con un lazo. Esta es la realidad. No hay ninguna "escena final"; tan solo una continua película de aventuras, que nunca se acaba. Aprendes a amar el caos de tu vida, su naturaleza constantemente cambiante, su impredecibilidad. Y tú permaneces como el silencio, inmutable en medio de la tormenta, como el espacio abierto en que la alegría y el dolor, la agonía y el éxtasis, el aburrimiento y la dicha pueden levantarse y hundirse, como las olas del océano. No hay problemas cuando te conoces a ti mismo como el espacio que lo contiene todo ello.

Enamórate del lugar en el que estás. Jeff Foster.



Foto de Valeria Ushakova en Pexels


Quiero una vida de paz, en la que todos a mi alrededor sonrían y no se estropee nunca la lavadora. Una vida en la que el sol del atardecer me acaricie mientras disfruto de un helado de avellana. En la que no haya enfermedades, ni malentendidos, ni agujeros en los calcetines. Todo suave, limpio, recto, dulce. Eso es lo que quiero. 

Y la vida se ríe de mí pues el guion que me ha preparado es el de una película de aventuras. Por eso, cuando mi velero se aleja de la orilla, siempre, siempre me saluda el monstruo del miedo y entonces necesito virar el timón y volver al abrazo de la rutina. Ese miedo que a veces se disfraza de vergüenza bloqueando mis sentidos. ¿Miedo a qué? A perder una perfección impostada, a romper la figurita de porcelana en la que me he convertido. No consigo alejarme de la orilla y sigo virando el timón cada vez que viajo hacia el horizonte, pues el cielo amenaza tormenta. Cuando vuelvo a casa, me acoge esa paz que tanto anhelo y entonces siento que todo está bien.

Sin embargo, el caos sigue ahí rondándome. Y me despierto en medio de la noche con voces que amenazan acabar con mi burbuja. No me doy cuenta de que el caos, por mucho que vuelva a la orilla, nunca se fue. A veces consigo taparlo con muchas ramas, a veces consigo tapar mis ojos, pero está ahí, pues la vida no quiere que me tumbe en mi maravilloso sofá. 

Por eso, y ya que la vida me incluye sin remedio en su tormenta, he decidido volver a mí, a un espacio en el que todo es serenidad y puedo disfrutar del sol del atardecer, de la brisa en los párpados y del helado de avellana. He vuelto a mí, pues tengo dentro un hogar, con fuego y todo, en el que cobijarme cuando los truenos se impongan. Es un lugar cálido, inmutable, silencioso, al que siempre volver y en el que puedo desprenderme del personaje de esa película que la vida me ha preparado, pues soy mucho más; soy tan infinita como el amor de una madre. Tú también lo eres así que, si no has encontrado tu verdadero hogar, ese espacio abierto entre la alegría y el dolor, cierra los ojos y busca en el silencio.

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