El jardín interior

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un joven llamado Leo. Aunque su vida estaba llena de comodidades, sentía un vacío en su interior. Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró a un anciano sabio meditando junto a un estanque. Intrigado, Leo se acercó y le preguntó al anciano sobre la meditación. El anciano sonrió y le dijo: "La meditación es como cultivar un jardín interior. Imagina tu mente como un terreno fértil y tus pensamientos como semillas. La meditación es el arte de sembrar semillas de paz, amor y claridad en tu mente".

Leo decidió aprender a meditar. Se sentaba en silencio todos los días, cerraba los ojos y respiraba profundamente. Al principio, su mente estaba llena de pensamientos errantes, pero con el tiempo, aprendió a dejarlos ir. A medida que practicaba la meditación, su jardín interior comenzó a florecer. Las flores de la paciencia comenzaron a brotar, los árboles de la compasión crecieron altos y fuertes, y los arbustos de la claridad se extendieron por todo su ser. Con cada respiración, Leo encontraba tranquilidad en su interior.

Un día, mientras meditaba junto al estanque, vio su reflejo en el agua quieta. Ya no veía un rostro preocupado, sino uno sereno y sonriente. Había encontrado la paz que tanto anhelaba, todo gracias a su práctica diaria de meditación.

Y así, Leo siguió cultivando su jardín interior, recordando siempre las palabras del anciano sabio. Descubrió que la verdadera riqueza no se encuentra en posesiones materiales, sino en la paz interior que proviene de la meditación y el cultivo del jardín dentro de uno mismo. Desde entonces, su vida estuvo llena de alegría y serenidad, y su jardín interior floreció en todo su esplendor.

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Aunque su vida estaba llena de comodidades, sentía un vacío interior. Es una frase con la que la mayoría de nosotros podemos identificarnos ahora o con la que nos hemos identificado en algún momento de nuestra vida. Porque ¿quién no ha puesto toda su ilusión en un viaje, en una fiesta, en un objeto, para, una vez conseguido y disfrutado, sentirse hueco, con ese halo de tristeza que deja la vaciedad? Es en esos momentos cuando uno se pregunta ¿y esto es la vida? ¿no hay más? Y la decepción nos cae encima como losa. 

Creo que el ser humano tiene tendencia al desequilibrio y que en estos años locos, ese desequilibrio se plasma en la búsqueda ansiosa de estímulos exteriores, que brillan, hacen ruido y prometen llenar nuestro vacío con sensaciones extraordinarias. Nos piden que salgamos fuera de nosotros y nos dejemos olvidados en un rincón del pasillo, como percha rota. Nos piden que ignoremos lo que hay dentro, que es un mundo entero. Nos piden que nos arreglemos las uñas y los dientes y, por supuesto, el pelo. No vayas con esos zapatos de hace veinte años. Esa blusa no se lleva. Sonríe y posa. Consume y muestra a los demás que eres feliz. No llores en público. Tampoco te enfades. Trabaja mucho y prospera. Escapa de ti y de ese vacío que a veces es la vida. Y si hay un gin-tonic por medio, mejor. Ignórate e ignora tus miserias. 

Nunca el desequilibrio fue sano. ¿Salud? Sí, estoy hablando de esa salud que tanto te preocupa. Reconócelo: hay un desequilibrio en ti que atenta contra tu salud. Estás llenando tu cesta de tantos bártulos externos que ni siquiera eres capaz de mirarte al espejo y centrarte durante unos minutos en la profundidad de tu mirada. No eres capaz de desayunar observando el transcurrir de las nubes, ni de conversar abandonándote en las palabras del otro, ni de sentarte en silencio, con los ojos cerrados, prestando atención a eso tan simple que es tu respiración. Reconócelo: no te sientes capaz. Y eso significa que ese jardín que tú eres, se está convirtiendo en un mustio erial. 

¡Qué desoladora estampa! Con mi jardín interior abandonado, me imagino a mí misma al final de mi vida sintiendo que nada ha tenido sentido, que he perseguido una ficción, que no he sido sino una marioneta deshabitada. Por eso...

En esta segunda parte de mi vida me propongo desacelerar, valorar lo sencillo, regar mis tulipanes, sentarme bajo tu sombra para disfrutar de tu compañía, sin artificios, y recorrer con mucho mimo cada uno de los rincones de mi jardín para descubrir que no es solo un jardín, sino el universo entero. 


Dedicado a Paula, mujer de luz, que semana tras semana nos toma de la mano con cariño y sabiduría y nos acompaña a cultivar nuestro jardín interior.


























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