Estamos a un parpadeo

Ya tenemos todo lo que necesitamos. No hay necesidad de superarse. Todas esas zancadillas que nos ponemos a nosotros mismos- el miedo a ser malos y la esperanza de ser buenos, las identidades a las que tanto nos aferramos, la rabia, los celos y las adicciones de todo tipo- nunca tocan nuestra riqueza básica. Son como nubes que tapan temporalmente el sol. Pero todo el tiempo nuestro calor y nuestro brillo están aquí. Esto es lo que realmente somos. Estamos a un parpadeo de estar completamente despiertos.

Pema Chödrón.


En septiembre lo primero que hago es comprar una mochila nueva y estilosa para llenarla de todo aquello que voy a necesitar durante el año, sobre todo de mis "tengo que". La lleno porque me da miedo  convertirme en nadie. Y de repente se llena tanto que todo se complica y siento como si tuviera que encajar muchas piezas y siempre hubiera varias descolocadas. Puro desorden. Prisas. Y esa sensación de no ser nunca suficiente. La mochila es demasiado pequeña y me oprime. Tendría que haber comprado una más grande o quizás es que no hay mochila suficientemente grande para albergar el ideal de persona que quiero ser. Y el ideal pesa. Y se convierte en la roca del mito de Sísifo, hombre condenado eternamente a llevar una enorme piedra a lo alto de una montaña y, cada vez que está a punto de alcanzar la cima, la roca rueda ladera abajo y tiene que volver a empezar. 



Todos cargamos rocas hacia las cimas, creyendo que al llegar, todo se habrá arreglado y seremos felices para siempre. Cargamos con complicaciones que generamos sin necesidad. Cada uno las suyas. Y vamos por la sucia acera de la ciudad arrastrándolas, creyendo que no tenemos más remedio. Llenamos nuestra casa de rocas y nuestro lugar de trabajo. Y luego nos preguntamos "¿por qué me duele tanto la espalda?" sin darnos cuenta de que estamos cargando con historias que nos enredan y hacen que nuestro cuerpo se encoja y sufra. 

¿Qué rocas cargas tú?

Ya es octubre y este curso me propongo dejar mis rocas muy lejos de casa. Para ello, llevo la mochila a la cocina y tiro al cubo de la basura todo lo que hay dentro. Así, vacía del todo, viajaré ligera, sin dolores y podré escucharte de verdad, mientras respiro aliviada y me sonrío a mí misma convencida de que ¡sí! estoy completa y solo a un parpadeo de despertar.



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