Si me tocara la lotería...


Si me tocara la lotería… ¿dejaría de trabajar?

 
Érase una vez una oficinista llamada Cuca. Cuca llevaba trabajando 20 años en la misma empresa. Comenzaba su jornada laboral a las 9 de la mañana y la terminaba a las 6 de la tarde. Todos los días a las 12, tomaba un café con su amiga Rosa. Y sobre las 2 de la tarde, salía a un bar de la zona a tomar un menú del día con sus compañeros de trabajo. Su vida era apacible, estaba impregnada de una felicidad sosegada. Y sin embargo, siempre que le preguntaban “Si te tocara la lotería ¿qué harías?” contestaba sin dudarlo “dejar de trabajar”.

Supongo que muchos de nosotros nos podemos identificar con Cuca, sobre todo si somos oficinistas y llevamos 20 años trabajando ¿O no?

 
No obstante… se me ocurre que el dinero no es el único obstáculo que tenemos para dejar de trabajar voluntariamente. En nuestra cabeza vive un amigo llamado cerebro que hace las veces de padre o madre, que se opondría con fuerza a ese cambio y nos atormentaría con pensamientos tipo  ¿estás segura? ¿y si… no tienes suficiente dinero? ¿y si… hay una emergencia y necesitas más dinero? ¿y si… te aburres, te deprimes? ¿y si… no se te ocurre nada que hacer? Además, ¿qué pensará la gente de ti? Que eres una vaga, una mimada, una loca. Ya no te tratarán con respeto. ¿Para eso has estudiado? Tanto esfuerzo para nada. Y ¿Con quién hablarás? Estarás sola...Bla, bla, bla.

¿Qué es lo que está tratando de decirnos nuestro amigo el cerebro? Nuestro cerebro primitivo lo único que intenta es que sobrevivamos y, para él, cualquier cambio significa que estoy más cerca de la muerte. Con toda esa verborrea, nuestro amigo intenta decirnos que, si dejamos de trabajar, nos acercamos a la muerte. 😱 ¿Cómooooo? ¿está loco? Pues un poco sí. Recordad que estamos hablando de nuestro cerebro primitivo, el que se guía por el miedo. Y para ponernos en situación, pensemos en un ser humano prehistórico llamado Elm. ¿Cuál es el miedo más básico de ese ser humano, y por lo tanto, de su cerebro? el miedo a la muerte.  En un entorno hostil como el de Elm, rodeado de depredadores, ¿Cómo sobrevive?

1-Controlando dicho entorno -A mayor control del entorno, mayores posibilidades de sobrevivir. Por ejemplo, Elm sabe que en ese arbusto crecen unas bayas exquisitas. Sin embargo, las bayas de ese otro arbusto son venenosas. También sabe que los mamuts salen a buscar comida al atardecer. Y los leones al amanecer (esto me lo estoy inventando. Es para ilustrar mi idea). Y todo cambio no previsto en su entorno, es una amenaza.

2-Perteneciendo a un grupo. Los humanos prehistóricos debían ir en manada. Sólo así se podían defender de los depredadores. Por eso, el cerebro humano es y sigue siendo un cerebro social.




Trasladémonos ahora al siglo XXI. Vivo en una ciudad. Ya no tengo que cazar mamuts ni coger bayas de los árboles, pero… vivo con un cerebro que tiene una parte anclada en aquel tiempo remoto, y eso significa que el mayor miedo del cerebro actual sigue siendo el miedo a la muerte, y que éste se manifiesta en otros dos miedos: el miedo a no tener el control  y el miedo al rechazo de los demás. El primer miedo se traduce en que los cambios me producen estrés. El segundo se traduce en esa necesidad de agradar, de gustar a otros, de pertenecer a un grupo. Quizás estás pensando “oye, que a mí me encantan los cambios y, además, me da igual lo que opine la gente. Hago lo que quiero y cuando quiero”. Quizás seas un super ser humano y no tienes estos miedos, pero entonces me pregunto ¿qué haces siendo oficinista??? Bueno, lo habitual es tener estos miedos, al menos uno de ellos. Cuca, la mujer de nuestra historia, tiene ambos y muy desarrollados.

Ahora bien, si Cuca deja de trabajar porque le ha tocado la lotería, se tiene que enfrentar así de golpe a esos dos miedos que ¡de repente! se alzan ante ella como monstruos pavorosos. Al no tener un sueldo mensual, en el cerebro se dispara el miedo a perder el control y le lleva a pensamientos tipo “¡¡no voy a tener suficiente dinero!!”. También siente que pierde el control porque ya no tiene atado y bien atado lo que va a hacer cada día. Su mundo se desorganiza. Por otra parte, al no trabajar, Cuca ya no pertenece a ese grupo de personas que era su empresa. Ya no tiene compañeros de trabajo con los que charlar ante un café a media mañana, ni con los que tomar el menú del día. Pierde a ese grupo y se lanza a la deriva de las personas “libres”… Mmm… es atractivo y al mismo tiempo aterrador.


Con esta reflexión quería demostrar (y decirme a mí misma) que el trabajo muchas veces tapa con una tupida sábana nuestros miedos más ancestrales y que, aunque tuviéramos todo el dinero del mundo, si dejáramos de trabajar tendríamos que luchar internamente contra dos monstruos que habitan en nuestro cerebro desde que el hombre es hombre: el miedo al desorden y el miedo a no pertenecer a un grupo. Eso sí, esos miedos pueden gestionarse y suavizarse. Y es un trabajo interior que merece la pena hacer ¡aunque no nos toque la lotería!

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