Asamblea en la carpintería




"Cuentan que a media noche hubo en la carpintería una extraña asamblea. Las herramientas se habían reunido para arreglar diferencias que no las dejaban trabajar.

El Martillo pretendió ejercer la presidencia de la reunión pero enseguida la asamblea le notificó que tenía que renunciar:

– No puedes presidir, Martillo – le dijo el portavoz de la asamblea – Haces demasiado ruido y te pasas todo el tiempo golpeando.

El Martillo aceptó su culpa pero propuso:

– Si yo no presido, pido que también sea expulsado el Tornillo puesto que siempre hay que darle muchas vueltas para que sirva para algo.

El Tornillo dijo que aceptaba su expulsión pero puso una condición:

– Si yo me voy, expulsad también a la Lija puesto que es muy áspera en su trato y siempre tiene fricciones en su trato con los demás.

La Lija dijo que no se iría a no ser que fuera expulsado el Metro. Afirmó:

– El Metro se pasa siempre el tiempo midiendo a los demás según su propia medida como si fuera el único perfecto.

Estando la reunión en tan delicado momento, apareció inesperadamente el Carpintero que se puso su delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Trabajó la madera hasta acabar un mueble. Al acabar su trabajo se fue.

Cuando la  carpintería volvió a quedar a solas, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando el Serrucho, que aún no había tomado la palabra, habló:

– Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Son ellas las que nos hacen valiosos. Así que propongo que no nos centremos tanto en nuestros puntos débiles y que nos concentremos en la utilidad de nuestros puntos fuertes.

La asamblea valoró entonces que el Martillo era fuerte, el Tornillo unía y daba fuerza, la Lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el Metro era preciso y exacto. Se sintieron un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos."

 Este cuento no está escrito por Clementina.

¡Siempre nos estamos comparando con los demás! Y eso nos genera un sufrimiento gordo. Al menos a mí. Y este cuento nos recuerda que todos tenemos algo que aportar al  mundo. Como siempre, parece obvio, pero no es tan obvio cuando mi mente está inmersa en la maraña de comparaciones porque "ella" es más inteligente que yo, "él" habla mejor en público que yo, "él" es más bondadoso que yo, "ella" es mucho más elegante que yo... De tanto compararme, me aburro a mí misma. Cuando pillo a mi mente con pensamientos de ese tipo digo "Pero ¿ya estás otra vez? Llevas toda la vida comparándote y ¿te ha servido de algo?" No me ha servido de nada. Es cierto que, desde pequeños nos enseñan a compararnos, gracias a las notas del cole, gracias a las miradas de admiración ante un 10, y a las miradas de decepción frente a un 4. Esas miradas se me clavaron en el alma y me convirtieron en una loca de los dieces porque, en mi mente de niña, 10 significaba que yo tenía un valor y 4 significaba que era un puro deshecho. ¡Qué triste que un niño piense que es un deshecho por sacar un 4!

Defectos... no se trata de eliminarlos sino de aceptarlos, suavizarlos, tranquilizarnos un poco, querernos más... Se trata de buscar mi valor, pero no allá fuera, en una nota de cole o en una mirada de admiración,  sino buscarlo dentro de mí. Yo no soy un 10 ni un 4. No pasa nada si no soy ingeniero de caminos, doctor, o abogado del estado. Puedo tener el alma grande y el corazón de oro y ¿qué son todos los títulos del mundo frente a eso?



Soy y eres una pieza preciosa e imprescindible de esta Gran Obra de Arte que el Carpintero ha ideado. Si me quito las gafas de miope y miró más allá de papeles y problemas, de caras y calles, de números y ruidos, quizás perciba el perfume de esa Obra de Arte y quizás entonces descubra mi verdadero valor.

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