Papel Arrugado

 

Érase una vez un niño tan impulsivo, que reventaba en cólera a la menor provocación. La mayoría de las veces, después de cada uno de estos incidentes, se sentía avergonzado y se esforzaba pedir excusas a quien había ofendido.

 

Un día su maestro, que lo vio dando justificaciones a uno de sus compañeros de clase después de una explosión de ira, lo llevó al salón, le entregó una hoja de papel lisa y le dijo: 

 

—¡Arrúgalo! El muchacho, no sin cierta sorpresa, obedeció e hizo con el papel una bolita.

—Ahora —volvió a decirle el maestro— déjalo como estaba antes.

 

Por supuesto que no pudo dejarlo como estaba. Por más que trataba, el papel siempre permanecía lleno de pliegues y de arrugas. 

 

Entonces el maestro remató diciendo:

—El corazón de las personas es como ese papel. La huella que dejas con tu ofensa será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.

 Así aprendió a ser más comprensivo y más paciente, recordando, cuando está a punto de estallar, el ejemplo del papel arrugado.

Cuento anónimo

 

 

¡Cuidado con tus explosiones de ira! porque dejan marca en los demás.
 
Piensas que los demás te deben comprender, ellos también tienen sus defectos ¿verdad? Pero hay defectos que se llevan hacia dentro y otros, como estas explosiones de ira, que se esparcen como un huracán entre todos los que, en ese momento, te están rodeando. Y esos trocitos de metralla se clavan en el cuerpo, aunque tú no quieras, aunque ellos, tus seres queridos, luego, se los arranquen poco a poco. Ahí dejan su marca y ante tu mirada tiemblan e intentan escapar. Todos tenemos defectos, claro, y es difícil acabar con ellos porque se han instalado en el cuerpo, como parásitos. Pero hay defectos que arrasan con todo, y dejan el campo seco, lleno de papeles arrugados.

Piensas que siempre has sido así, que te educaron así, que naciste así ¿quién sabe? Y ¿qué le vas a hacer? Pues sí, se puede hacer, se puede cambiar si uno quiere.

Piensas que hay que enfadarse de vez en cuando, porque si no, todo seguiría igual de desastroso y tú quieres una vida ordenada, donde todo sea según tus normas. Pues sí, te  puedes enfadar, todo el mundo se enfada y el no hacerlo es insano, pero puedes enfadarte sin herir, sin furia, sin volcán que aterroriza, entendiendo que los demás también tienen sus razones que son igual de válidas que las tuyas.

Piensas y mientras estás leyendo esto lo sigues pensando, que no es para tanto, que si luego te disculpas,  no pasa nada pero... ¡sí pasa! Tras tus arranques, el corazón de los demás se queda encogido, arrugado como el papel del cuento. Y qué difícil es desarrugarlo.

Piensas que te tienen que querer como eres, que así es la vida y te lo confirmo: te quieren. Además, tienes mil cosas buenas, más que todos, pero a tu lado se sienten inseguros, se mueven cada vez con más cautela, cada vez te cuentan menos cosas, por si te enfadas...

Querido amigo de mil cualidades, cada vez que explotas, nos arrugamos más.