Érase una vez una casa a orillas
del mar. En una ventana de esa casa, había un pez azul con rayas verdes, metido en una pecera
pequeñita, limpia y colorida. El pez, aunque feliz, contemplaba el mar desde su pecera y,
atraído por su inmensidad, deseaba en secreto llegar a él.
Un buen día, gracias a un golpe
de viento, la pecera se rompió, y el pez cayó desde esa ventana a la orilla.
Ocurrió que vino una ola y lo sumergió en el deseado océano. En ese momento, el
pez se echó a temblar diciéndose: “No puedo. Soy un extraño aquí. Todos los peces se van a dar
cuenta de que soy distinto, de que simplemente soy un pez de pecera, y se van a reír de mí”.
Tembló mucho, se escondió tras una roca, pidiendo al cielo volver a su pecera. Pero
era imposible: la pecera se había roto.
Tras unos días escondido, no tuvo
más remedio que nadar hasta encontrar otros peces. Y descubrió que no era tan
distinto, que llevaba mucho tiempo nadando igual que los demás, y que ninguno se reía de él. Además, todos los peces tenían sus mismos miedos
e ilusiones. Todos estaban unidos por una misma energía. Y poco a poco se fue
olvidando de su cómoda pecera, de sus perturbadores pensamientos, lo que le
permitió disfrutar cada vez más de esas aguas infinitas, repletas de
aprendizajes y de experiencias que, con el paso de los años, le ayudarían a
convertirse en el pez que siempre había deseado ser.
Cuento de Clementina Crol.
Mi pecera se ha hecho añicos: Me acaban de dar una oportunidad preciosa y, en lugar de disfrutarla, mi mente me atomenta con los siguientes mensajes:
"No sé por qué me han elegido. No sé de este tema y es cuestión de tiempo el que los demás se den cuenta"
"Comparada con esta otra persona, yo sé muy poco"
"No voy a ser capaz"
"El que se hayan fijado en mí para esto ha sido suerte, pero realmente no me lo merezco"
"Los demás me sobreestiman"
"Cuando se den cuenta de la realidad, se va a armar un escándalo"
"Va a salir mal seguro".
"¡Qué complicación! Con lo bien que estaba sin tener que exponerme así"
Soy como el pez del cuento, al que le dan la maravillosa oportunidad de zambullirse en el mar. Por eso, hoy necesito escribir sobre eso que me está ocurriendo esta semana y lleva ocurriéndome la vida entera. Se llama "Síndrome del impostor"definido así en 1978 por los psicólogos clínicos Pauline Clance y Suzanne Imes. ¿Qué es? Es la sensación de no estar a la altura en un campo al que llevo tiempo dedicada. Lo que subyace a este síndrome es el miedo a hacer el ridículo. La narrativa que me cuento es "Como no sé, voy a hacer el ridículo sí o sí". Va de la mano de una autoexigencia y perfeccionismo desmesurados. Y me lleva a esconderme tras un montón de papeles y a convertirme en un ratón de biblioteca.
Como dice el profesor Evaristo Fernández, en este síndrome hay tres factores:
1- Dudas acerca de la propia habilidad
2- Miedo al fracaso
3- Mantenimiento de unas bajas expectativas de resultado
Todo ello a pesar de una importante historia de éxito.
A mí me persigue este síndrome, debo reconocerlo, pero no soy la única. He visto que, por ejemplo, Michelle Obama también lo reconoce. Y si metéis en google "Síndrome del impostor" ¡no os imagináis la cantidad de vídeos y artículos que salen!
Una vez reconocido y escritos los mensajes que me manda mi fábrica de pensamientos ¿qué puedo hacer? Porque lo de quedarme escondida tras la roca, aunque tentador, no sería nada bueno para mí. Ahí van unas ideas que podría poner en marcha:
Primero- Aceptar que este síndrome está ahí y que no va a irse de buenas a primeras. Será mi trol personal. Luchar contra él lo hace más grande así que mejor, lo acogeré como compañero.
Segundo- Escribir todas mis fortalezas y logros. Alguno tendré ¿no? Y cuando alguien me diga un elogio, creerlo.
Tercero- Darme cuenta de que no estoy obligada a ser perfecta, que estoy aprendiendo igual que todo el mundo.
Cuarto- Sentir que yo no soy el centro del universo y que no paaaasa nada si fallo. No se cae el mundo. No se muere nadie.
Quinto- Eliminar toda comparación con otra persona.
Y por último y lo más importante (porque si no, todo se queda en palabras): hacer aquéllo que me da miedo: salir de detrás de la roca. ¡Qué susto!
¿Y si hay algo que no sale bien del todo, y si se ríen, y si hago el ridículo?
La única solución es, creo yo, tomármelo con humor.
😉
¡Nada de impostora! El océano te espera y te acogerá con los brazos abiertos :)
ResponderEliminarQuerida Clementina, sin que te dieras cuenta tu pecera ya se rompió cuando creaste este blog. Los mismos miedos y fracasos se podrían haber producido, y sin embargo todos los que te leemos estamos maravillados con tus mensajes y reflexiones.
ResponderEliminarEn esta ocasión, la única diferencia es que no estarás escondida en un blog, la gente te verá!!! Qué maravilla!!!
Los primeros días el miedo te pasa malas pasadas, pero es lógico, a TODO el mundo le ocurre cuando comienza algo nuevo. Lo más importante son las ganas, la ilusión y la felicidad que te va a aportar. Y ya verás como todos los peces del océano, que van juntos, con caras tristes, frias, oscurecidos por la rutina, van a descubrir a un pececillo risueño y de colores preciosos que sabrá guiarles por las corrientes más cálidas, llenas de luz, en las que encontrarán el amor y la felicidad, como me ha pasado a mí ����
Queridos anónimos: de vuestra mano he crecido mucho más de lo que imaginais. Muchas gracias por vuestros comentarios y por todos los ratos que pasamos juntos, que para mí son tesoros. El océano es mucho más bonito gracias a vosotros.
EliminarQuerida Clamentina, que bonito tener dudas sobre tu propia capacidad para nadar en un terreno desconocido! Significa que respetas y te tomas en serio el nuevo lugar. Precisamente por eso, no eres ninguna inpostora, si no todo lo contrario: eres honesta y honrada. Gracias por tu ejemplo!
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