Supongamos un carruaje antiguo, de esos que todavía se ven en algunas ciudades para los turistas. Os propongo una metáfora que a mí me ha ayudado mucho:
Mi cuerpo físico es el carruaje.
Mis pensamientos son el cochero.
Mis emociones son el caballo.
Mi conciencia es el pasajero que va dentro del carruaje.
No es el cochero (los pensamientos) el que debe guiar el carruaje, sino el pasajero, que es el que sabe dónde va. El cochero solo recibe instrucciones. Pero el pasajero no puede dar instrucciones al cochero si éste está distraído todo el tiempo, con una tertulia mental infinita. Y si el cochero no lo escucha, lleva el carruaje donde le parece, sin rumbo definido, incluso a veces se para de tanto cavilar. Por eso es importante calmar nuestra mente, mantener al cochero atento y a la vez tranquilo, para que el pasajero pueda decirle dónde quiere ir.
Por otra parte, cuando son las emociones mis únicas guías, el caballo se desboca y se desconecta del cochero, que ha dejado de sujetar las riendas. Son situaciones en las que perdemos el control y nos domina una emoción: por ejemplo, nos invade la ira e insultamos al que está más cerca. Es decir, acabamos haciendo o diciendo cosas de las que luego nos arrepentimos. Si el cochero no sujeta las riendas, nos dejamos llevar por la locura, sin considerar las consecuencias. Pero no por miedo a lo anterior dejemos el caballo parado, obviando nuestras emociones. El caballo es esencial para el viaje.
Igual de importante es el cuidado del carruaje, ya que si él se estropea, nunca llegaremos, y no tenemos otro. Debemos limpiarlo, vigilar las ruedas, abrillantar la carrocería: prestar atención al cuerpo, escuchar sus mensajes y atender a sus necesidades; cuidarlo mediante la alimentación adecuada, los hábitos saludables o el ejercicio, entre otras cosas.
En fin, todas las partes son imprescindibles: el propio carruaje, el cochero y el caballo. Todos tienen una función y todos colaboran para que el pasajero llegue a su destino. Todos tienen la misma importancia y deben coordinarse. Pero daos cuenta: no somos ni el carruaje, ni el caballo ni el cochero. Nuestra verdadera esencia no es ni el cuerpo, ni los pensamientos ni las emociones. Somos mucho más. Somos los que observamos todo eso, somos el pasajero que decide cómo usar todo eso para cumplir su misión, para llegar al lugar que se ha propuesto alcanzar.
Mala metafora de la analogia del Doctor Encausse, pero burna informacion del libro, muy resumida y directa
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