Las dos ranas



Había una vez un grupo de pequeñas ranas que atravesaban juntas un bosque. Pero de pronto, dos de ellas cayeron en un hoyo muy profundo. El resto de ranas, se asomaron para mirarla, rodeando el agujero. 

Rápidamente se dieron cuenta de que el agujero era muy profundo. Sus compañeras saltaban y saltaban, pero no podían alcanzar la orilla. 

Las ranas comenzaron a cuchichear entre sí. Todas daban por muertas a las dos ranas, ya que no veían posible que pudieran dar un salto tan alto como para salir del agujero. Así que comenzaron a gritar a las ranas que no podían hacer nada, que no podrían salir de allí. 
¡Dejadlo, no lo conseguiréis!- gritaban las ranas desde la orilla. 

Pero las dos ranas continuaban saltando sin parar, ignorando los gritos de sus compañeras, que no dejaban de decirles que iban a morir igualmente a pesar de sus esfuerzos.

- ¡No lo intentéis más! - gritaban las ranas- ¡No lo conseguiréis! 

Y gritaban tanto, que al final una de las dos ranas que saltaba sin parar se dio por vencida y decidió parar. Se dejó caer al suelo sin más, y murió.

Sin embargo, la otra rana continuó saltando, a pesar del agotamiento. Cada vez más alto, cada vez con más fuerza. Y las demás compañeras gritaron mucho más alto para que dejara de saltar.

- ¡Deja de sufrir ya!- le gritaban una y otra vez. 

Y la rana saltaba más y más. Hasta que de pronto, logró salir del agujero.

Las demás ranas la miraron boquiabiertas, sin saber qué decir. Estaban realmente sorprendidas de que aquella rana hubiera conseguido salir del agujero, a pesar de que todas le decían que lo dejara…

– ¿Cómo es que has conseguido salir?- le preguntó una de ellas- ¿No escuchabas cómo te decíamos que pararas?

Y la rana, se encogió de hombros, les hizo señas para explicar que era sorda, y les dijo con signos que quería darles las gracias por haber confiado en ella. La pobre rana sorda se pensaba que en lugar de decir que parara, le estaban dando ánimos para que consiguiera salir.

Cuento oriental




Nuestras palabras tienen un poder enorme. De hecho hay estudios que indican que los mensajes verbales positivos aumentan mucho más la motivación (de un hijo, de un empleado) que una recompensa material. Por eso, ¡cuidado con lo que sale de nuestra linda boca! ¿Os acordáis del primer acuerdo de los 4 acuerdos de Miguel Ruiz: "Sé impecable en tus palabras"?
 
Por otra parte, este cuento me lleva a pensar que debemos fiarnos más de nosotros mismos, de nuestra intuición y no pedir tantos consejos. Puede que te encuentres en uno de estos dos extremos:
 
- El de la rigidez absoluta, es decir, el de no escuchar nunca los consejos de los demás, porque tú sabes lo que te conviene y nunca nadie te va a convencer.
 
- O el extremo de las arenas movedizas, en el que no haces nada, ni siquiera comprar una lata de tomate frito, sin pedir la opinión a otra persona.
 
En fin, cualquiera de los dos extremos es espantoso ¿no creéis? Este cuento te habla a ti directamente si estás en el extremo de las arenas movedizas. Como no te fías de ti mismo, pides a los demás que te digan lo que opinan, y los demás lo hacen, y tú no sigues tu intuición sino que actúas según lo que opinan los demás. Los que están en este extremo presuponen que los demás saben más que ellos, lo que está relacionado con una baja autoestima y con un terror atroz a equivocarse.
 
Si eres así, te propongo un plan: haz como la rana del cuento: Prueba a tomar tus propias decisiones. Atrévete a pasar al otro extremo, el de la rigidez, durante un tiempo. Atrévete a no escuchar a las otras ranas que te dicen que no puedes. Atrévete  a cometer errores. Atrévete a escucharte a ti mismo y, sobre todo, convéncete de que eres más sabio, sabia de lo que crees, incluso más sabio que aquellos a los que pides tantos consejos.
 
P.d. Dedicado a tantas mujeres que no acaban de atreverse porque creen que no pueden. Dedicado  a la niña que llevamos dentro que se sigue sintiendo insegura de sí misma a pesar de haber demostrado cada día lo que vale. Dedicado a creérnoslo de una vez por todas.
 

Comentarios

  1. Querida Clementina, me siento culpable por la conversación de ayer. Olvida todo lo que te dije. Eres una ranita sabía y toda decisión que tomes será buena.

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