En las islas Salomón, en el sur del Pacífico, algunos lugareños practican una forma única de tala de árboles. Si un árbol es demasiado grande para ser talado con un hacha, los nativos lo hacen caer a gritos. Los leñadores con poderes especiales se suben a un árbol exactamente al amanecer y, de pronto, le gritan con toda la fuerza de sus pulmones. Lo harán durante treinta días. El árbol muere y se derrumba. La teoría es que los gritos matan el espíritu del árbol. Según los lugareños, da siempre resultado.
¡Ay, esos pobres inocentes ingenuos! ¡Qué extraños y encantadores hábitos los de la jungla! Gritarles a los árboles, vaya cosa. ¡Qué primitivo! Lástima que no tengan las ventajas de la tecnología moderna y de la mentalidad científica.
¿Y yo? Yo le grito a mi mujer. Y le grito al teléfono y a la segadora de césped. Y le grito a la televisión y al periódico y a mis hijos. Incluso se dice que he agitado el puño y le he gritado al cielo algunas veces.
El hombre de la puerta de al lado le grita mucho a su coche. Y este verano le oí gritarle a una escalera de tijera durante casi toda una tarde. Nosotros, la gente educada, urbana y moderna, le gritamos al tráfico y a los árbitros y a las facturas y a los bancos y a las máquinas…, sobre todo a las máquinas. Las máquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos.
Yo no sé lo que hay de bueno en ello. Las máquinas y las cosas siguen en su sitio. Ni siquiera darle patadas sirve a veces para nada. En cuanto a las personas, bueno, los isleños de Salomón pueden apuntarse un tanto. Gritarles a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas. Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen nuestros corazones. Robert Fulghum
Foto de Lerkrat Tansri
Las palabras no solo describen la realidad sino que también crean realidades. Cuando le dices a alguien o a ti mismo "Eres un inútil", has matado un trocito de su motivación para hacer las cosas bien.
Cuando le dices "Gracias, has sido un gran apoyo en estos momentos para mí", su alma crece.
Cuando le dices "Perdón", estás un paso (o muchos) más cerca de esa persona.
Cuando dices "Me perdono a mí mismo", de repente te sientes ligero como un globo.
Cuando dices un "No" a alguien para decirte "Sí" a ti mismo, estás regando tu jardín y tus flores alegrarán la vida de todos los que te rodean.
Pero ¡cuidado con decir "No" a todo! porque eso significaría no ver más allá de tu jardín, que aunque luzca bonito, no es lo único de esta vida, y haría que te encogieras poco a poco.
Por todo eso, cuida tus palabras, la manera en la que hablas a los demás, sobre todo a los más pequeños, cuya piel es más blandita. Frases como "Eres un.... " sea lo que sea, aunque sea un elogio, marcarán su vida para siempre, van directas a construir su identidad, y esta identidad será la que maneje sus comportamientos, capacidades, creencias y valores. El verbo "Ser" nunca debería ser dirigido a nadie pequeñito.
Intenta no gritar a nadie, ya que está demostrado que no sirve para NADA. La persona a la que diriges el grito quizás reaccione en ese momento, sí, pero con miedo, y el miedo evita un aprendizaje profundo. Y recuerda: Gritarles a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas.
Cuida también tu diálogo interno, que no es sino consecuencia de aquellos "Eres..." que te dijeron cuando tu piel era blandita. Intenta darte cuenta de todos tus "Soy un..." ya que todos marcan tu comportamiento y, por tanto, tus resultados. Si no te gustan los resultados que estás obteniendo en alguna faceta de tu vida, vigila ese diálogo interno, observa qué cosas te dices. "Soy un desastre, soy poco inteligente..." Seguro que descubres muchos más. Las culpables de tus resultados son las palabras que te dices y no el mundo que te rodea, que es simple espectador de tu teatro. Todos vivimos dentro de nuestras historias, las historias que nos contamos. ¿Creéis que existe una realidad? Pues no, no existe. Esa realidad es tan solo tu historia, la que te cuentas, tan ficticia como cualquier novela que puedas leer.
Así que:
¡Ay, esos pobres inocentes ingenuos! ¡Qué extraños y encantadores hábitos los de la jungla! Gritarles a los árboles, vaya cosa. ¡Qué primitivo! Lástima que no tengan las ventajas de la tecnología moderna y de la mentalidad científica.
¿Y yo? Yo le grito a mi mujer. Y le grito al teléfono y a la segadora de césped. Y le grito a la televisión y al periódico y a mis hijos. Incluso se dice que he agitado el puño y le he gritado al cielo algunas veces.
El hombre de la puerta de al lado le grita mucho a su coche. Y este verano le oí gritarle a una escalera de tijera durante casi toda una tarde. Nosotros, la gente educada, urbana y moderna, le gritamos al tráfico y a los árbitros y a las facturas y a los bancos y a las máquinas…, sobre todo a las máquinas. Las máquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos.
Yo no sé lo que hay de bueno en ello. Las máquinas y las cosas siguen en su sitio. Ni siquiera darle patadas sirve a veces para nada. En cuanto a las personas, bueno, los isleños de Salomón pueden apuntarse un tanto. Gritarles a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas. Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen nuestros corazones. Robert Fulghum
Foto de Lerkrat Tansri
Las palabras no solo describen la realidad sino que también crean realidades. Cuando le dices a alguien o a ti mismo "Eres un inútil", has matado un trocito de su motivación para hacer las cosas bien.
Cuando le dices "Gracias, has sido un gran apoyo en estos momentos para mí", su alma crece.
Cuando le dices "Perdón", estás un paso (o muchos) más cerca de esa persona.
Cuando dices "Me perdono a mí mismo", de repente te sientes ligero como un globo.
Cuando dices un "No" a alguien para decirte "Sí" a ti mismo, estás regando tu jardín y tus flores alegrarán la vida de todos los que te rodean.
Pero ¡cuidado con decir "No" a todo! porque eso significaría no ver más allá de tu jardín, que aunque luzca bonito, no es lo único de esta vida, y haría que te encogieras poco a poco.
Por todo eso, cuida tus palabras, la manera en la que hablas a los demás, sobre todo a los más pequeños, cuya piel es más blandita. Frases como "Eres un.... " sea lo que sea, aunque sea un elogio, marcarán su vida para siempre, van directas a construir su identidad, y esta identidad será la que maneje sus comportamientos, capacidades, creencias y valores. El verbo "Ser" nunca debería ser dirigido a nadie pequeñito.
Intenta no gritar a nadie, ya que está demostrado que no sirve para NADA. La persona a la que diriges el grito quizás reaccione en ese momento, sí, pero con miedo, y el miedo evita un aprendizaje profundo. Y recuerda: Gritarles a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas.
Cuida también tu diálogo interno, que no es sino consecuencia de aquellos "Eres..." que te dijeron cuando tu piel era blandita. Intenta darte cuenta de todos tus "Soy un..." ya que todos marcan tu comportamiento y, por tanto, tus resultados. Si no te gustan los resultados que estás obteniendo en alguna faceta de tu vida, vigila ese diálogo interno, observa qué cosas te dices. "Soy un desastre, soy poco inteligente..." Seguro que descubres muchos más. Las culpables de tus resultados son las palabras que te dices y no el mundo que te rodea, que es simple espectador de tu teatro. Todos vivimos dentro de nuestras historias, las historias que nos contamos. ¿Creéis que existe una realidad? Pues no, no existe. Esa realidad es tan solo tu historia, la que te cuentas, tan ficticia como cualquier novela que puedas leer.
Así que:
¿Qué historia te estás contando?
¿A qué estás diciendo Sí?
¿A qué estás diciendo No?
Y por último ¿Qué árbol estás talando con tus gritos?
Otra grandísima reflexión!! Cuánta razón tienes Clementina. Nos creemos una realidad y encima intentamos imponerla a los demás de la manera primitiva...a gritos!!
ResponderEliminarA partir de ahora cuando venga el enfado y tenga la tentación de gritar espero y deseo que me venga la imagen del árbol que muere y pueda evitar hacer daño en el alma de los demás.
Muchas gracias otra vez más por hacernos ver nuestras equivocaciones y defectos.