Las Secuoyas

Existe un árbol que ha alcanzado los 115 metros de altura. Está al norte de San Francisco y es una secuoya. La altura media de este tipo de cupresácea está cerca de los 80 metros. Son muy longevas: existe una secuoya roja de más de dos mil años que ahí está, esperando que todo cambie a su alrededor.

Lo más extraordinario de este tipo de árbol no es la longitud vertical que logra sino el mecanismo que utiliza.¿Qué profundidad deben tener las raíces de un árbol que alcanza esa tremenda altura? Cuando cuestiono esto a conocidos o en charlas públicas, las respuestas son de todo tipo. Cien metros, doscientos, cuarenta, diez, hay de todo. Sin embargo, la sorpresa es general cuando descubro la gráfica que demuestra que la profundidad de las raíces de este tipo de planta es muy inferior a lo previsto.

Apenas tienen unos pocos metros de profundidad; hay casos incluso que muestran árboles de casi un centenar de metros de alto con unas raíces de apenas uno de profundidad. El método para soportar la presión lateral es una maravilla de la naturaleza. Las secuoyas sólo pueden crecer en grupo. Las pocas que hay de modo aislado en alguna zona europea (tras una replantación en el siglo XIX) no alcanzan apenas los treinta metros de talla.

Para alcanzar su altura media y su longevidad, las secuoyas son los únicos árboles capaces de enlazarse los unos a los otros hasta el punto de que llegan a perder el sentido de quien es uno y quien es otro. Se han hecho pruebas de inyectar un líquido coloreado en la raíz de una de ellas ubicada en un punto concreto y esperar unos años. Tras ese tiempo se descubre cómo ese líquido puede detectarse en todo el bosque.

Aunque estén unidos hasta el punto de fundirse los unos a los otros, lo cierto es que mantienen su propia individualidad genética y biológica; pero si uno de ellos precisa savia por algún motivo, el bosque entero en general, y los árboles más cercanos en concreto, le proveen.

Ese lazo extremo entre todos, les permite enfrentarse a la inclemencia atmosférica y, aunque estén a tanta altura y tan expuestos, les permite crecer hasta una altura inconcebible por la naturaleza de un modo lógico.

Estos árboles representan un modelo de gestión en equipo, global, comunitario. Si una de las secuoyas empieza a ceder, si su verticalidad se pierde por algún motivo, el bosque hace fuerza contraria durante décadas hasta que recupera el eje. Todo el conjunto de árboles ayuda a recuperar el punto de equilibrio. Es tremendamente emocionante pensar cómo se produce ese efecto extraordinario.

Pensemos qué importante es esto. Observemos estos maravillosos seres vivos que son las secuoyas, que sólo pueden alcanzar grandes alturas si están juntas, que son todas las secuoyas al unísono las que logran tales cotas. El éxito no es para una, sino para todas. Trabajar en red proporciona el valor a todos. Este proceso de emprender es clave en una sociedad enfrentada a la competitividad mal entendida.

Las secuoyas son una lección que como sociedad no debemos obviar. 

Esta entrada está dedicada a Bea, mi preciosa hija, que fue la que me dio este texto, sabiendo que me gustaría.
Creo se ha extraído del blog https://www.marcvidal.net/blog.



Lo sabemos todos. No hace falta que las secuoyas nos lo recuerden. Que la cooperación y solidaridad son el único camino posible para nosotros. Que si vamos a nuestra bola no llegaremos muy lejos. Que estamos en este mundo para darnos la mano. Que cada uno de nosotros somos una nota musical, que no tiene sentido por sí misma, sino juntándose con otras notas para crear una majestuosa sinfonía. Que todos somos importantes. Ninguna nota sobra. Y sin embargo...

Competimos, miramos por encima del hombro, acumulamos por si algún día nos falta, miramos al vecino con desconfianza, copiamos en los exámenes, tiramos plásticos en la playa. Y no paramos de quejarnos. 

En nuestro interior hay dos fuerzas opuestas: la de la solidaridad y la del egoísmo. Cada una tira de un lado de la cuerda. Muy fuerte. Y eso está bien. Hasta hoy. Creo que ha llegado el momento de tirar más fuerte de un lado. Para que el planeta y nuestra alma no se rompan. Porque si seguimos en casa escondidos, acumulando, barriendo para dentro, no creceremos nunca como las secuoyas, nos quedaremos en la infancia de la humanidad. Es el momento de crecer y dar el estirón. Creo que esta fiebre que tenemos desde marzo, debe servir para darnos cuenta de ello.

Muchos se están dando cuenta ya y ponen sus manos y su tiempo al servicio de otros. Muchos. Yo no quiero olvidar el ejemplo de las secuoyas. Ya sé que es más cómodo distraerse, hacer como si no pasara nada, pero... si deseo crecer hasta los 115 metros de altura y vivir hasta los dos mil años, como la secuoya roja, creo que la única forma va a ser parecerme un poco más a ellas. 

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