Los tres albañiles

Cuenta una antigua historia que se estaba construyendo la catedral de Chartres. Los obreros trabajaban afanosamente en las tareas de la costosa y lenta edificación. Un buen día pasó por allí un viandante que se detuvo para observar las obras. El día era en extremo caluroso y, bajo aquel sol de justicia, los obreros trabajaban sudorosos y extenuados. El viandante se dirigió a uno de los trabajadores que, maldiciente y, con el rostro contraído por el esfuerzo y la acritud, levantaba una piedra enorme.
– ¿Qué está haciendo, buen hombre?- preguntó el viajero.
– Ya lo ve, levantando esta enorme piedra. Con este sol abrasador el trabajo resulta insoportable. Esto no hay quien lo aguante. Un día tras otro. Un mes tras otro. Un año tras otro. Unos días, como éste, con calor, otros con lluvia, muchos con frío. Maldito el día en que me contrataron para este trabajo.
El viandante caminó unos pasos y se dirigió a otro trabajador que, después de golpear una enorme piedra con el pico, la estaba levantando con gran esfuerzo para colocarla sobre otra.
– ¿Qué hace usted, buen hombre?- preguntó al esforzado trabajador.
Molesto por la mirada del visitante y malhumorado por el terrible esfuerzo que acababa de realizar, contestó mientras se secaba el sudor:
– ¿Es que no lo ve? Estoy levantando este interminable muro que, si Dios no lo remedia, acabará conmigo.
El viandante avanzó un poco más y se encontró a un tercer trabajador que estaba realizando una tarea similar a la de los dos anteriores: Estaba levantando una enorme piedra para colocarla en el lugar adecuado.
– ¿Qué está haciendo usted, buen hombre?- preguntó por tercera vez el viandante.
El trabajador, sonriente y orgulloso, contestó de manera entusiasta:
– Estoy construyendo una catedral.
Versión del cuento extraída del blog El Adarve de Miguel Angel Santos Guerra

¿Qué haces en tu vida: levantas una piedra, levantas un muro o construyes una catedral? Necesitamos ver más allá. No nos basta con ganarnos el sueldo, volver a casa, atender a los niños, tumbarnos en el sofá y al día siguiente, empezar de nuevo. Necesitamos algo más, algo que nos trascienda. Dejar, no sé, algún recuerdo, algo que permanezca cuando nos hayamos ido. Sin embargo... quizás no sea necesario hacer grandes cosas:  escribir el Quijote, ser Gandhi o Bill Gates. Quizás solo sea necesario dar otro enfoque a nuestra vida, darnos cuenta de que lo que hacemos cada día sí importa, sí nos trasciende. Que cada pequeño acto es una piedra más que formará parte de una hermosa catedral. Cada sonrisa o palabra amable crea en este mundo una cadena de sonrisas y palabras amables. 

Desde hace ya algunos años me persigue esta idea, la de ser útil; siento la necesidad imperiosa de que mi vida sirva para algo más. Y esto me lleva a recordar la película, que seguramente todos habréis visto varias veces, "¡Qué bello es vivir!". En ella, James Steward contempla de la mano de un ángel, cómo habría sido su vida si él no hubiera existido. Dice el ángel: Extraño, ¿verdad? La vida de cada hombre toca muchas vidas, y cuando uno no está cerca deja un terrible agujero, ¿no es cierto? Es interesante que, de vez en cuando, hagas esta reflexión para que te des cuenta de que las personas que te rodean habrían sido muy diferentes si tú no hubieras nacido. A mí me sirve porque, lo reconozco, a veces me inunda la idea de que soy insignificante. Y a medida que mis niñas se hacen mayores, siento el anhelo de hacer algo más, de aportar mi piedra al mundo de alguna forma. 

He empezado por la alegría. Es cierto que la alegría no es siempre posible y por eso, mi empeño no es arrancar a toda costa la pena de mi vida. Mi empeño es mantener una actitud optimista, de entusiasmo y gratitud como telón de fondo. Y despojarme de tantas cavilaciones inútiles. De esa manera, aunque no haga algo grande, al menos llevaré, como luciérnaga, esa luz a mi alrededor. Como la estela de un velero en el mar infinito, quiero dejar un rastro de optimismo allá donde vaya. 


¿Qué rastro quieres dejar tú? ¿Qué piedra vas a aportar a nuestra catedral?





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