Defender la alegría
como una trinchera
defenderla del
escándalo y la rutina
de la miseria
y los miserables
de las
ausencias transitorias
y las
definitivas.
Defender la
alegría como un principio
defenderla del
pasmo y las pesadillas
de los
neutrales y de los neutrones
de las dulces
infamias
y los graves
diagnósticos.
Defender la
alegría como una bandera
defenderla del
rayo y la melancolía
de los
ingenuos y de los canallas
de la retórica
y los paros cardíacos
de las
endemias y las academias.
Defender la
alegría como un destino
defenderla del
fuego y de los bomberos
de los
suicidas y los homicidas
de las
vacaciones y del agobio
de la
obligación de estar alegres.
Defender la
alegría como una certeza
defenderla del
óxido y la roña
de la famosa
pátina del tiempo
del relente y
del oportunismo
de los
proxenetas de la risa.
Defender la
alegría como un derecho
defenderla de
dios y del invierno
de las
mayúsculas y de la muerte
de los
apellidos y las lástimas
del azar
y también de
la alegría.
Mario Benedetti
Aquí os dejo el poema recitado por mí:
Respiro en el ambiente cierto excepticismo cuando se habla de alegría, como si se tratara de un juguete para niños o para ingenuos, para esos que viven en una nube rosa y no se dan cuenta de lo dura que es la vida. Durante muchos años tuve complejo de ingenua, blanda, superficial, "flower power". Una persona que no ha sufrido y, por lo tanto, no puede hablar de la vida, ni siquiera mencionarla. Solo los señores con sombrero y gafas redondas que se esconden tras un periódico color salmón, pueden hablar de la vida. También los mustios y amargados. Y las mohínas y abatidas. Hombres y mujeres crispados que comentan lo mal que está el país y el mundo. Por supuesto, la alegría es algo que no pueden ni mentar. ¡Qué ingenuidad!¡Con la que está cayendo! Son como los hombres grises de Momo, que no se pueden permitir perder el tiempo en estas minucias superfluas.
Os confieso, sin embargo, que sí he sufrido y sí sé de la vida, así que ahora ya me siento con derecho a tratar a la alegría de tú a tú y a defenderla por la calle, gritando con un altavoz. Y para defenderla escribo, no este texto, sino todos. Porque todas las personas que de verdad merecen la pena, son alegres. Estoy plenamente convencida de que los auténticos sabios y sabias, santos y santas, son alegres. No necesitan cubrirse con el velo de la amargura y sufrimiento para parecer más santos. Las personas relucientes que en los últimos tiempos estoy descubriendo, pues abro mucho más los ojos que antes, son personas alegres. Y que conste, también han sufrido, como tú.
Con esto no quiero proclamar que tengamos que estar continuamente alegres. ¡No! En nuestra paleta de pintor habitan tantas emociones y sentimientos, que la vida sería insulsa si solo utilizáramos uno de ellos. Además, qué peso tan grande cargaríamos a nuestras espaldas si la alegría fuera una obligación eterna. Por eso, como dice el poema, es importante Defender la alegría de las vacaciones y del agobio y de la obligación de estar alegres. Quizás suene contradictorio pero no lo es. Lo que defendemos el poema y yo es la alegría auténtica, la de los niños, la de los santos, la que reluce en los ojos y en la piel; defendemos el manantial de agua fresquita y limpia que cada uno tiene dentro. Esa alegría, no la otra. No la de los dientes blancos y perfectos de sujetos que esconden telarañas y miran de reojo.
El manantial existe. Alguien te lo regaló antes de que nacieras. Y aunque vivas pandemias, abismos y flores marchitas, sigue ahí. Así que, cuando lo descubras, cuando descubras la alegría, no olvides defenderla como una trinchera, como un principio, como una bandera, como un destino y como un derecho. Aunque se te derrumbe el cielo y caigan una a una todas sus nubes, en ti estará, para ti estará.
¡Cuanta razón tienes, Clementina! Me encanta la comparación con los hombres grises de Momo.
ResponderEliminarTenemos que estar atentas para que los hombres grises no nos invadan. A defender la alegría!! Clementinacrol
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