Para qué quiero mil millones de dólares

Dios tomó forma de un mendigo, entró al pueblo y buscó la casa del zapatero. Tocó en la puerta y cuando el zapatero le abrió y le dijo:
– Hermano, soy muy pobre. No tengo una sola moneda en la bolsa y éstas son mis únicas sandalias. Están rotas, ¿me los puedes arreglar?
El zapatero le dijo que estaba cansado de que todos le venían a pedir y nadie venía a dar.
– Pero yo puedo darte lo que tú necesitas – dijo el mendigo.
El zapatero desconfiaba del mendigo y le preguntó:
– ¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?
– Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo – dijo el mendigo.

El zapatero preguntó: -¿A cambió de qué?

– A cambio de tus piernas.

El zapatero respondió: ¿Para qué quiero diez millones de dólares si no puedo caminar?

– Entonces puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos.
– ¿Para qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera puedo comer solo?
– Entonces puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos.
– ¿Para qué quiero mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos?
– ¡Ah, hermano! Qué fortuna tienes y no te das cuenta.

Fuente: cuento de Facundo Cabral
Del blog contarcuentos.com



Un cuento muy sencillo para ilustrar una verdad muy sencilla: todos somos millonarios. El problema es que los millones que tenemos los damos por sentados. Damos el sol por sentado y también el mar, ambos un milagro. Damos nuestro cuerpo por sentado y lo atiborramos de dulces o de alcohol, o quizás lo dejamos sin dormir, y cuando un buen día se estropea, lloramos. Damos a nuestro marido o mujer por sentado,  y a nuestros hijos y a nuestra madre y a nuestro padre, y ni siquiera los miramos mientras nos hablan o les gritamos por cualquier cosa. Un día el árbol se quiebra, ya no nos habla más y entonces lloramos. Quizás sea ese uno de los errores más absurdos del ser humano, el dar por sentado lo que tiene cerca, como si fuera a quedarse siempre. Y es absurdo porque todos sabemos que nada permanece y eso que damos por sentado y, por tanto, no valoramos, puede desaparecer en un instante, como pompa de jabón. Y entonces, lloramos. Y nos pasamos la vida dando por sentado y llorando.

Propongo de una vez por todas que dejes de llorar por lo que perdiste y te centres en lo que hay dentro de ti ahora y lo que hay cerca de ti hoy. Aunque parezca poco emocionante dar las gracias por tus piernas, es importante hacerlo. Es muy poco conmovedor sentir que puedes respirar. Poco emocionante es dar las gracias por tu abuela que sigue viva, por el ventilador que te refresca y por las risas que oyes en casa. No es cautivador porque forma parte de tu día a día, como el agua del grifo, qué insignificancia, pero date cuenta de que cuando lo pierdas, tu alma se llenará de remordimiento por no haber dedicado cada día a exprimir al máximo esa dicha que antaño te rodeaba. 

Cuando exprimes tu dicha, sientes esa emoción que antes no sentías por las cosas cercanas, sencillas, diarias. Por las personas cercanas, sencillas, diarias. No es necesario más para ser feliz. Pero, para conseguirlo, hace falta regresar a casa después de un largo viaje, habiendo llenado por el camino tu mochila de sencillez y gratitud, para, al llegar, darte cuenta de que, aquello tan emocionante que llevabas buscando toda la vida, lo tienes dentro. 


Comentarios

  1. Querida Clementina gracias otra vez. Me has hecho reflexionar y darme cuenta de que no quiero millones si pongo en riesgo a mi familia, que la tengo que cuidar más y no dar nada por sentado. Además con esa actitud en la vida dejas de quererte, te amargas, te resignas y te ciegas por la envidia y buscas la crítica para justificarte. Por qué nos complicamos tanto la vida? Por qué no hacemos siempre lo que anhelamos? Con lo fácil que es amar, agradecer y sentirte afortunado, verdad?

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