El bambú japonés

 

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego. También es obvio que quien cultiva la tierra no se detiene impaciente frente a la semilla sembrada, y grita con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita sea! 

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú y que lo transforma en no apto para impacientes:

Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas, la planta de bambú crece ¡más de 30 metros!

¿Tardó sólo seis semanas crecer?

No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.

Extraído de psiqueviva.com



                                                                                                           Foto de Emre Orkun KESKIN en Pexels

Hace veinticinco años tenía por costumbre sacar un folio blanco y dedicar un buen rato a escribir una carta a unos amigos muy queridos, una carta para cada amigo. Luego la metía en un sobre, iba al estanco a comprar el sello y la echaba al buzón. Tenía localizados todos los buzones cerca de casa. A partir de ese momento, solo quedaba esperar pacientemente la respuesta. Ahora eso ya no es necesario. Ni sellos, ni sobres ni buzón ni espera. ¿Para qué, si tengo wasup? 

Hace más de veinticinco años, cuando no sabía el significado de una palabra, iba a la estantería, cogía el diccionario y lo consultaba. Ahora eso no es necesario. ¿Para qué, si tengo Google?

Esos inventos y muchos otros nos ahorran tiempo y, por lo tanto, nos benefician. ¡Qué duda cabe! En el maravilloso mundo de Google todo se puede conseguir en un click, lo cual es tan cómodo que, sin darnos cuenta, ese mundo nos ha atrapado y nos ha llevado de la mano a su paisaje de inmediatez. Eso no sería en absoluto un problema si solo lo visitáramos de vez en cuando y, al irnos, no se nos quedara su perfume pegado en la piel. 

Lamentablemente, el perfume se nos pega y hay cosas muy valiosas que se nos están quedando por el camino, como zapato viejo

Por eso, cuando comemos ni nos damos cuenta del sabor que tiene cada bocado. 

Por eso, cuando vamos en el coche, nos enfurecemos tanto  cuando el coche de delante tarda un microsegundo más en avanzar. 

Por eso, cuando conversamos con otras personas, miramos de reojo el reloj, ansiando que acaben de hablar cuanto antes, para no perder más tiempo. 

Por eso, ese reloj nos domina como un tirano. 

Por eso, lo queremos todo ya.

Por eso, nos parece un lujo dedicar unos míseros segundos a escuchar a nuestro corazón. 

Por eso, no sabemos ni lo que queremos ni quienes somos. 

En esta situación tan dramática debemos volver nuestra mirada a la naturaleza, nuestra maestra. Allí se encuentra el bambú japonés, que no puede crecer en un click, sino que tarda ¡siete años y seis semanas! ¡Qué barbaridad! ¡Qué desperdicio de tiempo! ¿verdad? La naturaleza no conoce Google, ni Amazon, ni nada de eso. La naturaleza nos enseña que lo que es de verdad importante, requiere de tiempo para entretejer sus raíces y tenemos que regarlo cada día. Hoy os propongo limpiarle las telarañas a nuestra paciencia y ponerla en la mesa del salón como si fuera un trofeo, para verla todos los días. Sé que eso es como nadar contracorriente pero, daos cuenta, solo teniéndola presente podremos volver a nuestra esencia que, querámoslo o no, es la misma que la del bambú japonés.





Comentarios

  1. Qué razón tienes Clementina! A pesar de tener el cuerpo confinado nuestra mente sigue a 1000 por hora. Tenemos que aprender a parar de una vez por todas y disfrutar de cada momento y de quienes nos rodean. Aprovecho para pedirte que seas paciente y que no decaiga lo más mínimo tu ilusión de seguir escribiendo. Piensa que Clementina lleva sólo tres años y todavía quedan cuatro para que empiece a crecer como el bambú. En ese momento nos reiremos de los miles de suscriptores que tendrás!!

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