Cuando la Imperfección llama a tu puerta

La mayoría de la gente no se fija en lo que tiene en común con los demás, sobre todo si se sienten avergonzados o desplazados. En lugar de contemplar su imperfección a la luz de la experiencia de humanidad compartida, muchas personas se sienten aisladas y desconectadas del mundo que les rodea cuando cometen un error o cuando afrontan una adversidad. 

Cuando solo prestamos atención a nuestras carencias, sin tener en cuenta el conjunto global de la experiencia humana, nuestra perspectiva tiende a estrecharse. Nos vemos absorbidos por nuestros propios sentimientos de incapacidad e inseguridad. Cuando nos encerramos en el espacio limitado de la aversión hacia uno mismo, es como si el resto de la humanidad no existiese.

Pero los seres humanos necesitamos sentirnos conectados. Maslow afirmó que las necesidades de crecimiento y felicidad no pueden satisfacerse si antes no se satisface la necesidad de interconexión humana. Las investigaciones sobre el tema indican que el aislamiento social triplica el riesgo de padecer enfermedades cariovasculares.

Resumen de Elia Roca del libro Sé amable contigo mismo, de C.Neff.

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                                                                   Imagen de Alexander Pappas en Pixabay 

Érase una vez una señora con piel de porcelana llamada Perfección que paseaba por el mundo buscando un hogar. Todos los niños querían que se quedara a vivir en su casa, pues cuando eso ocurría, la señora les regalaba el tesoro más preciado de mundo: ser felices para siempre. Pero la señora Perfección era muy digna y no vivía en cualquier casa. Solo aceptaba vivir en lugares donde se cumplieran todas y cada una de sus condiciones. Sus condiciones eran: nunca muestres a los demás que estás triste o enfadado, sonríe, no te ensucies, no cometas ni un solo error y si lo cometes no lo cuentes jamás, saca dieces en todos los exámenes, tápate las canas y píntate los labios, no tengas pensamientos incorrectos, no llames la atención, viste de manera adecuada, no digas "No"... Había muchas más reglas, tantas, que todos los papeles del mundo se acabarían ahora mismo si tuviéramos que escribirlas. Así que, hijo, si quieres ser feliz para siempre, consigue que la prodigiosa señora Perfección viva en tu casa. Si no lo consigues, serás un desgraciado y todos lo rayos y truenos caerán sobre ti y te quedarás solo la vida entera.

Ese es el cuento que alguien nos contó cuando éramos niños, y que alguien contó a nuestros padres y que a su vez alguien contó a nuestros abuelos y que tantos problemas nos ha causado. Porque por ese cuento...

...tendemos a esconder nuestras imperfecciones. Somos como muñecos rotos que se pintan cada día frente al espejo con un barniz que tapa sus agujeros. Porque nos parece que esos agujeros nos hacen peores, inferiores al resto de personas. No nos damos cuenta de que todos (sí, todos, hasta los seres angelicales que aparecen en pantalla) tenemos agujeros, por lo que si éstos nos hacen inferiores ¿significa que todos somos inferiores a todos? No tiene sentido. Pero nos da igual. Nos pasamos la vida jugando al escondite y tapando cada cosa que encontramos: errores, arrugas, miserias y tristezas. Y mientras jugamos al escondite, dejamos de amarnos a nosotros mismos y al resto. Y nos desconectamos de la vida que nos une. Y enfermamos de pena. 

Así que hoy voy a cambiar el cuento. 

Érase una vez una señora con arrugas llamada Imperfección que paseaba por el mundo buscando un hogar. Cuando llamaba a una puerta, nadie abría. Y al caminar por la calle todos la miraban horrorizados y se alejaban. Un día llamó al timbre y una pequeña niña que no había oído hablar de ella, la dejó entrar y la escondió debajo de su cama. Y allí se quedó a vivir, sin que sus padres lo supieran. Y ocurrió que esa niña se empezó a mirar al espejo y a sentir un cariño que no había sentido antes. Y ocurrió que, al ir al cole, ese cariño lo llevó a todos los niños que sufrían. Y ese año fue la niña más querida de su clase, porque no tapaba sino que curaba. Y entonces la niña contó su secreto a todo el mundo, el secreto de que había dejado entrar a la Imperfección en su casa. Y las personas abrieron los ojos y se dieron cuenta de que habían estado viviendo un espejismo, que era como un cristal que les impedía darse las manos. Y entonces rompieron el cristal y todas las manos del mundo, incluso las sucias y las arrugadas, se unieron.

Hoy hablo de compartir nuestra vulnerabilidad, que es la única forma de acercarnos y sentir que somos humanos entre humanos y, por lo tanto, de ser felices. Porque, no sé si os habéis dado cuenta ya, la señora Perfección solo vive en las películas de Hollywood y en Instagram y en ese cuento que alguien contó un día a nuestros abuelos. La señora Perfección no ha traspasado nunca pantalla, ni se ha puesto las zapatillas de estar en casa. Por lo que, por favor, dejemos de correr tras el espejismo y mostremos, de una vez por todas, nuestra vulnerabilidad para, como en el segundo cuento, darnos por fin las manos, aunque no sean manos de muñeca de porcelana. 

Si quieres una sola razón para hacerlo, lee esta noticia (que no es la única): 

 Según un estudio llevado a cabo por los profesores Julianne Holt-Lunstad y Timothy Smith de Brigham Young University, el aislamiento social prolongado es tan dañino para la salud como fumar 15 cigarrillos al día, y es más perjudicial que la obesidad.

El aislamiento social se ha relacionado con una presión arterial más alta, una mayor susceptibilidad a la gripe y otras enfermedades infecciosas, y el inicio más temprano de la demencia

El peligro del aislamiento social. David Frank, AARP.



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