Qué suerte he tenido de nacer


Sí, qué suerte he tenido de nacer
Para estrechar la mano de un amigo
Y poder asistir como testigo
Al milagro de cada amanecer.
Qué suerte he tenido de nacer
Para tener la opción de la balanza
Sopesar la derrota y la esperanza
Con la gloria y el miedo de caer.
Qué suerte he tenido de nacer
Para entender que el honesto y el perverso
Son dueños por igual del universo
Aunque tengan distinto parecer.
Qué suerte he tenido de nacer
Para callar cuando habla el que más sabe
Aprender a escuchar, esa es la clave
Si se tienen intenciones de saber.
Qué suerte he tenido de nacer
Y lo digo sin falsos triunfalismos
La victoria total, la de mí mismo
Se concreta en el ser y en el no ser.
Qué suerte he tenido de nacer
Para cantarle a la gente y a la rosa
Y al perro y al amor y a cualquier cosa
Que pueda el sentimiento recoger.
Qué suerte he tenido de nacer
Para tener acceso a la fortuna
De ser río en lugar de ser laguna
De ser lluvia en lugar de ver llover.
Qué suerte he tenido de nacer
Para comer a conciencia la manzana
Sin el miedo ancestral a la sotana
O a la venganza final de Lucifer.
Sí, qué suerte he tenido de nacer
Pero sé, bien que sé...
Que algún día también me moriré
Y si ahora vivo contento con mi suerte
Sabe Dios, qué pensaré cuando mi muerte
Cuál será en la agonía mi balance, no lo sé
Nunca estuve en ese trance
Pero sé, bien que sé...
Que en el viaje final escucharé
El ambiguo tañir de las campanas
Saludando mi adiós, y otra mañana
Y otra voz, como yo, con otro acento
Cantará a los cuatro vientos
Qué suerte...
Qué suerte he tenido de nacer

Fuente: Musixmatch
Autores de la canción: Alberto Cortez / Cesar Gentilli


                                                                                     Foto de Snapwire en Pexels

¿Os dais cuenta de cómo cambiaría nuestra vida si cada día, al despertar, nos dijéramos ¡qué suerte he tenido de nacer!? Es un enfoque tan distinto al que estamos acostumbrados... Se llama gratitud. Quizás sientes que eres agradecido porque das las gracias cuando te hacen un regalo, cuando te ceden el paso o cuando el camarero te trae la comida. Quizás piensas que no tienes nada que aprender de este tema, porque ya lo sabes todo y lo practicas continuamente. Pero, no te engañes, eso no es gratitud: eso es "ser educado".

O quizás eres de los que te preguntes ¿para qué la gratitud? Que no me cuenten milongas, que mi vida ahora no está para muchas fiestas. Cómo voy a sentir gratitud en estas circunstancias, si lo único que me sale es el lamento. Desde luego, todos nos sentimos así a veces, vagando por un desierto de desconsuelo. Es normal. Es humano. El problema es que nos instalemos en ese desierto y construyamos allí nuestro hogar, con cortinas y todo. Y allí te quedas, en tu hogar que tiene las paredes hechas de quejas, con lámparas en forma de victimismo, un felpudo que dice "La responsabilidad la tiene el otro" o bien "Por qué me pasa esto a mí", y el tejado  fabricado con tejas color desamparo. Y entonces no encuentras motivo alguno para dar las gracias. Punto y final. Dejo de leer.

Déjame decirte que, estés en la circunstancia en la que estés, entrenar la gratitud es algo muy útil. Y digo útil porque se ha demostrado que las personas que se sienten agradecidas la mayor parte del tiempo, son más optimistas, vitales, su relación con los demás es de mayor calidad e incluso, duermen mejor. ¿Por qué? Entre otras cosas, diversos estudios demuestran que cuando entrenas la gratitud, cambia tu cerebro. ¿Cómo? Al sentir gratitud, tu cerebro reduce la segregación de cortisol, hormona del estrés, y aumenta la segregación de oxitocina, hormona del amor. La gratitud estimula también la segregación de dopamina, que es la hormona del placer. Y la dopamina es adictiva. Por lo tanto, sentir gratitud también lo es.

Pero ¿la gratitud se entrena? Por supuesto. Además, es necesario, porque la tendencia natural de nuestro cerebro es irse de cabeza al desierto de los lamentos, pues padece el llamado sesgo de negatividad, que significa que nos impactan más, y por tanto, se graban más en nuestra memoria, los estímulos negativos que los positivos. Al cerebro le importa muy poco lo felices que seamos. Su verdadera prioridad es que sobrevivamos. Entrenar la gratitud es ir educando al cerebro y decirle: ya sé que carezco todavía de muchas cosas, que mi vaso no está lleno y te agradezco que me lo recuerdes, pero ahora voy a dar la vuelta a la moneda y me voy a fijar en la otra cara que me habla de lo que sí tengo, de la abundancia de mi vida. Y además voy a dar las gracias por ello. 

Querido aprendiz de gratitud: te dejo con unas palabras de Hellen Keller (escritora que con 19 meses de vida sufrió una grave enfermedad que le provocó la pérdida total de la visión y la audición):

Se me ha dado tanto que no tengo tiempo para pensar en lo que se me ha negado.

















Comentarios

  1. Qué suerte tenemos de que nos alegres todos los días con tu sonrisa.
    Qué suerte tenemos de que nos enseñes a vivir llenos de felicidad.
    Qué suerte tengo de poder quererte todos los días.

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