La niña del desván

 La bondad hacia uno mismo, por definición, consiste en dejar de juzgarse y emitir comentarios internos denigrantes, algo que la mayoría de nosotros llegamos a considerar normal. Requiere que entendamos nuestros puntos débiles y nuestro fracasos en lugar de condenarlos. Es necesario que nos demos cuenta de hasta qué punto nos hacemos daño con la autocrítica constante para así poner fin a nuestra guerra interna.

La bondad, no obstante, implica algo más que dejar de juzgarnos. Consiste en consolarnos activamente, respondiendo tal y como lo haríamos ante un buen amigo con dificultades. Significa que nos demos permiso para conmovernos emocionalmente ante nuestro propio dolor y que hagamos un alto para decir "La situación es muy difícil. ¿Como puedo cuidarme y consolarme en este momento?" Con la bondad hacia nosotros mismos apaciguamos nuestra mente atormentada. Nos regalamos paz, calor, amabilidad y empatía a nosotros mismos para que pueda producirse una auténtica curación.

Kristin Neff. Del libro Sé amable contigo mismo.

 Foto de Amor creado por freepik - www.freepik.es

Erase una vez una niña olvidada en un rincón del desván. Su madre solo se dirigía a ella para decirle "¡Qué tonta eres!", "Lo has vuelto a hacer mal", "Estás haciendo el ridículo", "Qué pintas tienes" "Esto se te da fatal""qué mediocre eres" "dices cosas obvias"... Ni abrazos ni besos, ni palabras cariñosas. Ni siquiera una mirada de vez en cuando. Era una niña olvidada en un rincón del desván. 

Ahora imagina que esa niña eres tú. Y que su madre, también eres tú. Eres ambas. Ahora mismo. 

Sí, sé que tienes miedo de tratarte con cariño porque piensas que, si lo haces, te convertirás en una persona blanda, que no se esfuerza, que no se exige, y que finalmente, no consigue nada en la vida porque se ha mimetizado con su cómodo sofá. 

Sé que tienes miedo de tratarte con bondad porque piensas que, si lo haces, te convertirás en una persona egoísta, que va por la vida haciendo daño sin que un atisbo de arrepentimiento asome a sus entrañas. 

Sé que no quieres mirarte al espejo con admiración porque piensas que, si lo haces, te convertirás en una persona presumida, que va por la vida creyendo que es mejor que los demás. 

Sé que la culpa y el consiguiente castigo forman parte del catálogo de servicios que te ofreces a ti mismo porque te parece que son el sendero para acercarte a la excelencia, esa excelencia que no sabes ni lo que es, pues se escondió en algún cuaderno de colegio. 

Así que, como un autómata, sacas el látigo ante tus errores, grandes o pequeños, para mantenerte en vereda. ¡No vaya a ser que descarriles! Te has convertido en  un gigantesco juez de ti mismo, con su toga y todo, que apunta con su dedo a la pequeña alma, triste y olvidada que también eres tú. Y ahí pasas la vida, en tu mustio cobijo, para cumplir con una norma que alguien escribió en la arena. 

No sé, a mí no me convence esta historia, pues los murciélagos me rodean. Por eso, he sacado a mi niña de su escondrijo para decirle cosas lindas, mirarla con cariño cuando comete algún error y abrazarla, y de esa forma, estoy empezando a sentir que merezco, que tengo un lugar y una voz, que soy completa. He cambiado el látigo por una sonrisa frente al espejo. Y me observo sin juicios. Sí, tengo defectos, ahí están colgados del perchero, pero ¿acaso no es mi luz más grande que todas mis grietas juntas? ¿acaso no es tu luz más grande que todas tus grietas juntas?

Así que, saca a tu niño o a tu niña del desván y empieza a reconocer el alma majestuosa que se oculta tras sus ojos.

Comentarios