El libro de tu vida


En cada página de un libro, detrás de las palabras ―no importa lo que éstas describan ni lo que ocurra en la historia―, está la blancura del papel. Raramente es advertida, más raramente aún es valorada, pero es absolutamente esencial para que las palabras puedan ser vistas.

El papel no se ve afectado por la historia que se cuenta; está ahí solamente para sostener las palabras, sin condiciones. Puede narrarse una historia de amor o de guerra, o una comedia apacible; al papel no le importa. El papel no teme el final de la historia ni anhela regresar a un punto anterior de ella. Las páginas centrales no necesitan saber cómo acaba la historia ni la última página llora cuando muere el protagonista. El papel ni tan siquiera sabe que la historia "se ha acabado". El papel sostiene el tiempo, pero no está limitado por éste.

No sabes cuántas páginas le quedan al libro de tu vida. No sabes cómo acabará esta autobiografía. Desde la perspectiva de la mente, "tu vida" aún no está completa, y el pensamiento está intentando constantemente averiguar cómo finalizar tu historia de la mejor manera posible. ¿Cómo resolver las cosas por completo? ¿Cómo solucionar los problemas que están sin resolver? ¿Cómo atar los cabos sueltos? ¿Cómo arreglarlo todo?

Pero desde la perspectiva del papel ―es decir, desde la perspectiva de tu verdadera identidad como la consciencia misma― la vida está completa para siempre tal como es. No hay nada por resolver, y la incognoscibilidad de las cosas es su resolución. La historia no necesita ser "completada" en el futuro para que la consciencia esté plenamente presente ahora. El papel tan solo se encuentra con las palabras exactamente tal como son.

Desde la perspectiva del papel, incluso si la historia es épica desde la primera hasta la última página, en realidad no ha ocurrido nada en absoluto. Toda la historia se ha desarrollado en una quietud perfecta, inmutable. La historia más increíble jamás contada.

Jeff Foster. Del Libro: Enamórate del lugar en el que estás


                                                                                                Foto de Nitin Arya en Pexels

Este texto me lleva a dar un paso atrás y ver mi vida como una función de teatro, en la que yo, protagonista, hago y deshago, me pasan cosas, pienso, siento, me hundo y vuelvo a salir a flote. Lo vivo todo con mucha intensidad, como cualquier otro personaje, hasta que me doy cuenta de que estoy en el escenario, que esa ropa es un mero disfraz y que cuando acabe la obra me pondré de nuevo mis vaqueros y volveré caminando a casa. 

Cuando doy un paso atrás, me veo a mí misma y me invade la ecuanimidad, que es una de las cuatro moradas sublimes del budismo. La ecuanimidad del papel blanco, que no se altera por los altos y los bajos de la vida, porque sabe que, pase lo que pase, seguirá existiendo para siempre. Es un estado de calma y libertad, que no de indiferencia. 

No es indiferencia pues las letras se siguen escribiendo y la obra sigue representándose y yo, como protagonista, quiero hacerlo con excelencia, deseo una historia digna de ser contada. Y cuando estoy escribiendo, es cierto, me altero pues me identifico con las palabras que me atrapan con sus encantos. Sin embargo sé que, cuando la historia me ahogue, puedo levantar mi vista para nadar en la blancura del papel, que sigue ahí perenne, sin importarle demasiado las olas que se alzan como torres y amenazan con tragárselo todo.

La meditación es dar ese paso atrás y observarme desde fuera. Así puedo contemplar mis pensamientos, que son como pompas de jabón que aparecen y desaparecen, dejando su estela perfumada. También percibo mis emociones, como pequeñas o grandes explosiones de un volcán todavía desconocido. Reparo en mis sensaciones, ese picor incómodo en la pierna derecha, el frío en mis manos, mi pelo rozando las mejillas. Me siento en la ribera del río y observo lo que me pasa con serenidad, como si de una película se tratara. Respirando con libertad mientras las libélulas me rodean. De esa manera, vuelvo a la blancura del papel, a mi esencia, a esa sensación indescriptible que me dice que, pase lo que pase, todo está bien, soy completa, soy eterna.

Comentarios

  1. Preciosa, profunda y muy cierta reflexión. Nunca, nunca, nunca olvidemos que somos seres espirituales viviendo una vida física.

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  2. Gracias Sangani. Es cierto, somos seres espirituales y esta vida es un camino para aprender, crecer y disfrutar. Intentemos vivirla así, sin aferrarnos a nada, con la paz que da el saber que somos aprendices y que somos eternos.

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