Me gusta ser escuchado. Varias veces en mi vida me sentí casi explotar por problemas insolubles, dar vueltas y vueltas alrededor de un círculo vicioso o, durante un periodo, sobrecogido por sentimientos de desvalorización y desesperanza, con la seguridad de haber caído en psicosis. Creo que he sido muy afortunado porque en estas oportunidades siempre hallé a alguien que me escuchara y así me rescatara del caos de mis sentimientos. He tenido suerte por haber encontrado personas que podían decir esos significados con más profundidad que yo. Estas personas me escucharon, me esclarecieron y respondieron en todos los niveles en los cuales me estaba comunicando. Puedo asegurar que cuando uno está psicológicamente destruido, y alguien nos escucha sin juzgarnos, sin tratar de moldearnos, uno se siente maravillosamente bien. En esas ocasiones se reduce la tensión. Se pueden traer a la superficie los sentimientos atemorizantes, las culpas, la desesperación, las confusiones que acompañaron la experiencia. Cuando me han escuchado y oído, puedo percibir mi mundo de otra manera y seguir adelante. Es increíble que sentimientos que han sido horribles se vuelvan soportables cuando alguien nos escucha. Es sorprendente que elementos insolubles se vuelvan solubles cuando alguien nos oye, cómo las confusiones que parecen irremediables se convierten en claros apoyos cuando uno es comprendido. He sentido un profundo agradecimiento cuando una persona me ha escuchado en forma sensitiva, empática y concentrada.
Carl Rogers (psicólogo estadounidense)
La escucha nos sana. Une nuestros corazones. Alarga nuestra vida. Es capaz de barrer toda mi inseguridad y tristeza en un momento. Y sin embargo, curiosamente, no está en el primer lugar de nuestra lista. La tenemos tapada con mil ruidos que salen de mil aparatos, con mil palabras internas que nos aturden, con quehaceres que parecen más urgentes. Si por un momento todos nos diéramos cuenta de su importancia y nos propusiéramos honrarla, os aseguro, las espinas no pincharían tanto, pues nos sentiríamos como en casa, envueltos en su abrazo.
No me regales pendientes ni perfumes pues tu escucha es el mayor regalo que puedes hacerme. Cuando levantas tu cabeza y me escuchas atento, por unos instantes consigues parar el tiempo y llevarme a una playa de arenas cálidas donde puedo bañarme en tu mirada. No es necesario más, pues sentirme conectada a ti y a otros es lo único que deseo.
Querido amigo, no hay excusas; la escucha no es un don que se tiene o no se tiene; es algo que se aprende, se practica, es un esfuerzo diario. Es algo que uno se propone con conciencia, cuando asoman los primeros rayos de sol de cada día. Por eso, me he convertido en aprendiz de la escucha, y deseo fervientemente sacar matrícula de honor en su asignatura, pues creo que es el único camino que conseguirá transportarme a ese universo infinito en el que no hay vallas, ni cerraduras, ni etiquetas; solo almas que se funden como una ola y otra, compartiendo la misma sal. La escucha es el único sendero por el que, dejando atrás la maraña de pensamientos, agujas y ruido, llegaremos a nuestro hogar.
Querida Clementina, cómo puedes decir que eres una aprendiz! Eres nuestra maestra de la escucha!!! Cuando nos escuchas, da igual lo que contemos, si son tonterias o conversaciones sin sentido, porque tú consigues que se conviertan en el mejor de los discursos. Gracias a tu mirada, nos sentimos las personas más importantes del mundo!
ResponderEliminarMuchas gracias! Intento poner cada día la escucha en el primer lugar de mi lista.
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