No huyas más, amigo

Respira en tu miedo.

Inhala en el mismo centro de tu tristeza.
Oxigena tus dudas, tus incertidumbres.
Dale a tu ira su lugar.

Estás cansado de abandonarte, amigo.
Estás cansado de las distracciones,
de darle la espalda a lo que está vivo
en tu tierno y despierto corazón.

Estás cansado de las grandes promesas espirituales.
De la felicidad eterna. De la alegría sin fin.
De la iluminada y pura perfección.
De la inmunidad.
De una vida sin dolor.

Estás cansado de las respuestas.
Incluso estás cansado de las preguntas.

Estás cansado de perseguir ideales,
de tratar de ser alguien más,
de convertirte a ti mismo en una copia al carbón.

Estás cansado de suplicar que te amen,
negándote a ti mismo para ganar algo de afecto,
o aprobación, o incluso atención.

El amor no es algo que se gane;
es lo que respiras,
es algo que brilla a través de tu piel,
iluminando este mundo herido.

Hay un dolor mucho más grande que el dolor,
y es el hecho de abandonarte a ti mismo.

Respira en tu miedo.
Inhala en el mismo centro de tu tristeza.
Oxigena tus dudas, tus incertidumbres.
Dale a tu ira su lugar.

Inclínate ante tu experiencia presente.

Mantente de pie con toda valentía en tu momento,
en cada momento de tu preciosa vida.

Porque eres digno, y completo,
y tienes el derecho de existir
exactamente como eres.

No huyas más, amigo.
Esos días han terminado.

- Jeff Foster

Foto de Pixabay en Pexels

¿Te das cuenta? Todo está bien. Todo es exactamente como tiene que ser. Ningún sitio al que ir. Nada que conseguir. Tal y como eres, está bien. Este poema me dice que también hay momentos en los que puedo detenerme y tumbarme sobre la hierba fresca, sin hacer nada. Y me da paz ¿a ti no? Me dice que por fin puedo descansar, quitarme la apretada máscara y respirar este aire transparente. Al menos durante un rato.

Te pasas la vida corriendo sin resuello tras algo que se te escapa. Cuando doblas una esquina, ese algo ya se ha ido. Así todo el día. Día tras día. Y no te das cuenta de que aquello que persigues... eres tú, pero en un formato ideal. Un "tú" sin agujeros en las medias y en el corazón. Un "tú" eternamente sonriente. Un "tú" que deslumbra a todos pues es bello, tranquilo, alegre y rico.  Y en esa carrera dejas atrás a tu otro "tú", al feo, nervioso, triste y pobre. Al niño desvalido. Te escondes de él pues no soportas que te acompañe. Persiguiendo a uno y escapando del otro, de repente, ya no sabes quién eres ni qué quieres. Pues el "tú" que persigues es un holograma que cuando intentas agarrar se desvanece como una ola. 

¡Para un momento! Déjate atrapar por el niño sucio. ¡Detente! ¡Limpia sus lágrimas con ternura y dale un abrazo! Dile que está bien tal y como es. Y que le quieres pues es digno y completo y no necesita cambiar. ¿Me has oído? No necesitas cambiar. Y está bien que estés triste hoy, da igual la razón. Siente esa tristeza. Y cuando hayas acabado con ella, déjala ir. Siente esa rabia y cuando hayas acabado con ella, déjala ir. Eso sí: siempre, siempre, mírala a la cara; siempre, siempre, escúchala; siempre, siempre, déjala ir. Pues no se trata de quedarte en lo más oscuro de la vida.

Se trata de quedarte contigo mismo durante un rato, en el mismo lugar, haciendo lo mismo, sintiendo que todo está bien. Esa carrera absurda en la que te encontrabas inmerso, ha terminado por hoy. Mañana podrás seguir corriendo, pero ya desde otro lugar más amable pues, si te detienes hoy por un rato, te llenarás de luz y conseguirás darte cuenta de que el amor brilla a través de tu piel.

Comentarios

  1. Qué gran reflexión Clementina! Tenemos que aprender a parar, dejar de exigirnos día a día, y de dar más valor a lo que somos.

    ResponderEliminar
  2. Sabías palabras las tuyas, anónimo! Dar más valor a lo que somos ahora y a lo que nos rodea ahora. No creamos que el pasado fue mejor ni que el futuro será más brillante. Muchas gracias por tu comentario.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario