En el ruedo


No es el hombre crítico el que importa, ni el que se fija en los tropiezos del hombre fuerte, ni en qué ocasiones el autor de los hechos podía haberlo hecho mejor. El mérito es del hombre que está en el ruedo, con el rostro cubierto de polvo, sudor y sangre; del que lucha valientemente; del que yerra; del que fracasa una y otra vez porque no hay intento sin error ni fallo; del que realmente se esfuerza por actuar; del que siente grandes entusiasmos, grandes devociones; del que se entrega a una causa digna; del que, en el mejor de los casos, acaba conociendo el triunfo inherente a un gran logro, y del que, en el peor de los casos, si fracasa, al menos habrá fracasado tras haberse atrevido a arriesgarse con todas sus fuerzas (...)

Extracto del discurso de Theodore Roosevelt conocido como "El hombre en el ruedo", que pronunció en la Universidad de La Sorbona de París el 23 de abril de 1910.

Cuando nos pasamos la vida esperando ser perfectos o inmunes antes de salir al ruedo, sacrificamos relaciones y oportunidades que quizás sean irrecuperables, derrochamos nuestro valioso tiempo y tal vez le damos la espalda a nuestras aptitudes, a esas contribuciones únicas que sólo nosotros podemos hacer. 

Ser perfectos e inmunes puede parecer muy atractivo, pero eso no existe en la experiencia humana. Hemos de salir al ruedo, sea del tipo que sea- una relación nueva, una reunión importante, nuestro proceso creativo o una conversación familiar delicada- con el valor y la voluntad de implicarnos. En vez de sentarnos en el banquillo y dedicarnos a juzgar y a dar consejos, hemos de atrevernos a dar la cara y a dejarnos ver. Esto es vulnerabilidad. Esto es atreverse a arriesgarse.

Brené Brow. El poder de ser vulnerable.




Taller de Clementina en la biblioteca Dámaso Alonso 

Hace unos días presencié cómo mi hija de 15 años no solo se atrevió a salir al ruedo, mostrando su vulnerabilidad de la manera más auténtica, sino que también, con sus palabras y gestos, consiguió sacar de nuestro interior fuertes emociones, anegando de lágrimas los ojos de cuantos la escuchábamos. Sí: consiguió conectar con todos y cada uno de los asistentes al atreverse a arriesgarse.

Hace unos días una gran amiga saltó por primera vez a un escenario. Nerviosa, emocionada, se expuso ante nosotros, se arriesgó a cometer errores, a provocar reacciones no esperadas en el público, a ser juzgada. Y tras esta experiencia creció un poco más, un mucho más, sacando lustre a su autenticidad.

Ayer yo misma di un enorme paso hacia la vulnerabilidad, pues me enfrenté a las miradas de un grupo de personas, conocidas y desconocidas, mientras me acechaban detrás de la esquina unos viejos conocidos: la autocrítica, el perfeccionismo y el miedo a no estar a la altura. 

Y sin embargo...

Son esas grandes emociones, esos grandes entusiasmos los que hacen que vivir tenga algún sentido. Solo atravesándolos aprendemos, y aprender es nuestra única tarea en esta vida. Aprender a conectar con otras almas. Si nos quedamos en el banquillo, solo seremos insignificantes espectadores de este teatro, orbitando alrededor de los protagonistas que sí se atreven a vivir, pues se exponen a lo grandioso.

Reconozco que hasta ayer era de esas personas que se quedan mirando tras la barrera. Sí, me aterraba encontrarme cara a cara con el monstruo de la vergüenza. No obstante-y hoy os lo puedo decir porque ¡lo he vivido!- es maravilloso atravesar ese miedo, como quien atraviesa un terrorífico bosque en la más oscura noche, atravesarlo para llegar a un claro de intensa luz, para darme cuenta de que la conexión profunda con los demás es nuestro (también el tuyo) principal alimento. Y que esa conexión profunda solo es posible si saco mi vulnerabilidad del arcón de madera. 

Nunca vamos a ser perfectos (al menos en esta vida) y mucho menos inmunes, así que ¿Qué sentido tiene seguir sentados en la grada, llenándonos de moho, mirando cómo otros juegan este apasionante partido? ¿Qué sentido tiene soportar el peso de esta máscara de mediocridad y aburrimiento, mientras otros se llenan la cara de barro y chapotean en los charcos con chispas en los ojos? 

Hoy os quería decir que el monstruo no es tan fiero como parecía, que el bosque no es tan oscuro, y que la vergüenza, eso que tanto nos aterra, es simplemente algo que puedes tomar con tus manos, convertirlo en una bolita tan pequeña como quieras y meterla en cualquier cajón de tu casa, allá donde duermen los guantes desparejados y las bisagras rotas. 

Hoy, por fin, lo puedo decir porque ¡lo he vivido! Os doy las gracias a todos los que vinisteis, amigos y desconocidos, gracias a la biblioteca Dámaso Alonso, que fue un espacio mágico, y gracias a mí misma por habérmelo permitido.

P.D- Esta entrada está dedicada a Maria José, Almu y Sandra, grandes mujeres que se atreven a salir al ruedo. 

Comentarios

  1. Querida Clementina, qué orgulloso estamos de que ese monstruo que tanto temías lo convirtieras en una bolita insignificante y fueras capaz de enseñarnos la importancia de la autocompasion con absoluta calma, naturalidad y alegría. Te queremos mucho!!

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    1. Querido anónimo: todo fue más fácil contigo a mi lado. Así da gusto enfrentarse al monstruo.

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