Las ranitas en la nata

Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata. Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; solo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar. Una de ellas dijo en voz alta: “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”. Dicho esto dejó de patalear y se hundió con rapidez siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco. La otra rana, más persistente o quizá más tozuda, se dijo: “¡No hay manera! Nada se puede hacer por avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”. Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas. Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente. 

 DÉJAME QUE TE CUENTE. Jorge Bucay.


Foto de Jeffry Surianto: https://www.pexels.com

Septiembre para mí es el mes de los comienzos. Los niños estrenan el uniforme y los libros del colegio y yo un alma renovada tras el verano. Por eso es el mes en el que reflexiono sobre mis objetivos y compromisos. Las preguntas que me hago son: ¿Qué quiero continuar haciendo/ siendo?¿Qué quiero dejar de hacer/ser? ¿Qué quiero empezar a hacer/ser? Y en respuesta a estas preguntas, se abren, de repente, varias puertas y mi mente loca queda a la vez paralizada y entusiasmada ante tanta abundancia. Al final me doy cuenta de que la pregunta es solo una ¿En qué persona me quiero convertir? 

Septiembre es el mes de los objetivos. Cada objetivo empieza con un pensamiento y continúa con un plan, que da lugar a un primer paso. En esos momentos la novedad me envuelve, saltan los fuegos artificiales, la mente me lleva a imaginar un futuro esplendoroso. Y en esas estamos cuando, tras dar un segundo paso y un tercero, aparece el monstruo de la desidia y la pereza y con él, la tentación de abandonar. Ese monstruo me dice lo mismo que la primera rana: "Es imposible. Para qué continuar si no lo vas a conseguir". Y allí muy cerca pero escondido, pues es un cobarde, está otro  monstruo: el del perfeccionismo. Ese monstruo apaga la vela en cuanto la mira. Muerte del objetivo.

Por eso, en septiembre debo abrazar no solo a mi amigo el entusiasmo, que va vestido de novedad y brillo, sino también a mi amiga la constancia, un poco más aburrida pero infinitamente más fiel. Pues es esa constancia la que permite a la segunda rana salvarse de una muerte casi segura. Y la que nos permitirá a nosotros salvarnos de las promesas rotas y los objetivos que se deslizan en la cuneta olvidados para siempre. ¿Y qué hago con el perfeccionismo que sigue ahí agazapado? Sacarlo de su escondite, ponerle un marco y colgarlo en la pared de mi dormitorio pues, ya que es difícil o imposible deshacerse de él, mejor tenerlo bien a la vista y darse cuenta de la farsa que me vende.

Solo así podremos convertir la nata en mantequilla y regresar a nuestro verdadero hogar croando alegremente. 


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