Había una vez un burrito que nunca estaba contento. En pleno invierno le obligaban a permanecer en el establo y a comer paja seca e insípida. Sólo pensaba en que llegara la primavera para poder comer la hierba fresca que crecía en el prado.
Por fin llegó la esperada primavera y el burrito pudo disfrutar de la hierba, ya que su dueño comenzó a segarla y recolectarla para alimentar a sus animales. Pero había una problema: el burrito era el encargado de cargar toda la hierba en su lomo, por lo que pronto se hartó de trabajar y sólo quería que llegase el verano.
Llegó el verano y lejos de mejorar su suerte, el burrito estaba aún más cansado ya que le tocó cargar con las mieses y los frutos de la cosecha hasta casa, sudando terriblemente y abrasando su piel con el sol. De tal manera que contaba los días para la llegada del otoño, que esperaba que fuera más relajado.
La llegada del otoño trajo mucho más trabajo para el burrito ya que, en esta época del año toca recolectar la uva y otros muchos frutos del huerto, que tuvo que cargar sin descanso hasta su hogar.
Por eso, cuando por fin llegó el invierno, el burrito descubrió que era la mejor estación del año, puesto que no debía trabajar y podía comer y dormir tanto como quisiera, sin que nadie le molestara. Y, recordando lo tonto que había sido, se dio cuenta de que para ser feliz, tan solo es necesario disfrutar de lo que uno tiene.
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Foto de Hatice Yardim: https://www.pexels.com
Había una vez unos seres humanos que nunca estaban contentos. En otoño llegaba el Black Friday y se sentían impelidos a comprar sin mesura para aprovechar las gangas del mercado. Y cuando llegaba el invierno engullían turrones y pavo relleno, acudiendo a comidas y cenas, descansando lo justo, y comprando, siempre comprando objetos innecesarios. Y en primavera planificaban el verano, reservando hoteles y vuelos, poniendo su mirada en días futuros, que siempre parecían más luminosos. Y cuando llegaba el verano se abría en ellos un vacío de aburrimiento que tenían que llenar con fiestas, copas y redes sociales. Pero ese vacío nunca se llenaba, nunca.
Somos seres deseantes. Todos nosotros sin excepción. Es como si en el centro de nuestro pecho existiera un gran agujero, de esos a los que te asomas y no ves el fondo. Y vamos por la vida cargando con él. Porque ese gran agujero pesa y mucho. Por eso, todo lo que hacemos tiene un único objetivo: llenarlo. Metemos dentro tantas cosas: la falda de moda, una película trepidante, infinitos likes, la tarta de queso más sabrosa, el coche más vistoso, un viaje al lugar más exótico del planeta, varios gin-tonics...
Pero el agujero no se llena y sigue pesando muchísimo, como bloque de hormigón. Puedes saciarte un rato, mas luego vuelve el hambre y con él la insatisfacción y la búsqueda de algo más imponente, fastuoso y espléndido. Y vuelta a empezar, como si diéramos vueltas en círculos sin llegar nunca a ninguna parte. ¡Qué desolación!
Así que creo que el deseo o lo que es lo mismo, el agujero, es algo que nos acompañará siempre, porque nos sentimos incompletos. Por eso debemos aceptarlo, como a un molesto compañero de piso, observar su negrura y darnos cuenta de que hay elementos que lo hacen un poquito más ligero. Si llenamos el agujero de...
abrazos sinceros
miradas profundas
puestas de sol
lágrimas compartidas
canciones de amor
gratitud por lo pequeño
aroma de lluvia
poemas... (continúa tú)
ese hueco pesará cada vez menos y menos y menos. Será difícil llenarlo del todo, siempre habrá algo que falte, pero será más suave, como las alas de las golondrinas.
Deseo profundamente que el final de la historia sea: Había una vez unos seres humanos que consiguieron amar el otoño, el invierno, la primavera y el verano y también a sí mismos, con agujero y todo.
La mejor manera de llenar el agujero es leyéndote Clementina!
ResponderEliminarGracias anónimo!! Da gusto tener suscriptores como tú. Clementina.
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