Había una vez un comerciante que vivía al lado de una carretera donde vendía unas buenísimas albóndigas con pan. Estaba tan ocupado con su trabajo que no oía la radio, ni leía los periódicos, ni veía la televisión.
Alquiló un pequeño terreno, colocó una gran valla y anunció su mercancía gritando: «Compren deliciosas albóndigas calientes». Y la gente se las compraba.
Como el negocio le iba bien, aumentó la adquisición de pan y carne. Compró un terreno más grande y cada vez vendía más. Tenía tanto trabajo que le pidió a su hijo que dejara la universidad donde estudiaba Ciencias Empresariales con el fin de que le ayudara.
Pero ocurrió algo. Su hijo le dijo:
-Papá, ¿no escuchas la radio, ni lees los periódicos? Estamos sufriendo una grave crisis. La situación es realmente mala para que funcionen los negocios, peor no puede estar.
El padre pensó: «Mi hijo que estudia en la universidad, lee la prensa, ve la televisión y escucha la radio, sabe lo que dice».
A partir de entonces compró menos pan y menos carne. Quitó la valla anunciadora, dejó el alquiler del terreno a fin de eliminar los gastos y no anunció sus ricas albóndigas con pan. Las ventas fueron disminuyendo cada día más…
Después de un tiempo, el negocio estaba realmente afectado.
-Tenías razón hijo mío. Verdaderamente estamos sufriendo una gran crisis.
Extraído de: https://www.lafelicidadestadelante.com/
Foto de Nubia Navarro (nubikini): https://www.pexels.com
La realidad objetiva no existe y, por lo tanto, tampoco existe la verdad absoluta. Estoy convencida de que algo se convierte en verdad cuando lo creemos, que lo que creemos lo creamos. Por eso, voy por la vida procurando no creerme lo que sé que no me construye.
Todo empieza con un pensamiento. Al inicio, éste es muy pequeño; no tiene importancia pues solo me ha acompañado un instante. Sin embargo, es posible que ese pensamiento prefiera acompañarme durante más tiempo y quedarse conmigo a vivir. Entonces se convierte en una creencia. Acabo de colocar un ladrillo en mi modelo del mundo. La pequeña semilla se ha convertido en un árbol que cambia mi paisaje, ese que veo desde mi limitada ventana. Y llega otro pensamiento que al principio es semilla y, tras mucha repetición, se alza ante mí como verdad absoluta. Así, ladrillo a ladrillo, voy construyendo la casa en la que viviré a partir de ahora. Creeré que esa es la única casa posible, sin darme cuenta de que con cada pensamiento mis ojos se han ido tapando, dejando a un lado infinitos paisajes. Percibiendo solo lo que es coherente con mis paredes.
Éramos tan pequeños cuando sucedió esto, que no pudimos evitarlo. Sucedió sin más. Toda la influencia del mundo que nos rodeaba se metió en nuestras neuronas con la fuerza de un tornado. Y nos ha convertido en las personas que somos hoy, caracoles que van cargando con su pesada casa allá donde van.
Y ahora que somos ya mayores, seguimos engullendo la comida y bebida de otros, sin saber que nos vamos envenenando día a día. Leemos muy bien las etiquetas de los alimentos, evitando comprar los que llevan aceite de palma, conservantes y colorantes sospechosos. Intentamos no ingerir demasiada azúcar o sal porque nos han dicho que dañan nuestra salud. Pero no miramos las etiquetas de lo que consumen nuestros ojos y oídos mañana, tarde y noche al encender la tele o la radio o al escuchar al compañero de trabajo que vaticina desastres. No. Ingerimos una y otra vez sustancias mucho peores que el aceite de palma, el azúcar y la sal. Nos tragamos la negatividad del ambiente, el pesimismo y la desesperanza; absorbemos la idea de que nos rodean las desgracias y la maldad. Y así nuestra casa se va convirtiendo en un lugar oscuro y sin ventanas, impidiendo que entre cualquier atisbo de magia.
Pero la magia existe. Por eso, me da igual lo que opinen los señores de la tele que se disfrazan de inteligencia. No me bebo sus palabras, que vienen cargadas de conservantes y colorantes. Solo como y bebo lo que quiero comer y beber y así voy construyendo un hogar a mi gusto, con paredes de colores y muchos cuadros también de colores, en el que poder recibir a amigos, dudas y todo un abanico de emociones. Pero sobre todo, un hogar que huela a libertad, amor y a albóndigas recién hechas. Una casa que tiene un letrero en la puerta que dice: "Lo que crees, lo creas."
Qué sabias palabras Clementina! Ojalá que pueda llevarlas a mi vida.
ResponderEliminarMuchas gracias
Entiendo que es proponérselo, tenerlo presente para que, cuando el torbellino del mundo te alcance, puedas respirar hondo y acudir a ese lugar amoroso que hay dentro de ti mismo. Muchas gracias a ti por estar siempre en la primera fila.
EliminarMe encanta la reflexión, Clementina. Intentaré aplicármela cuando lo veo todo negro.
ResponderEliminarCuando lo veas todo negro, deja de pensar y ponte a bailar, a cocinar o llama a algún amigo querido. O quizás puedas escribir un poema muy muy triste.
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