El anciano maestro hindú estaba ya cansado de escuchar las constantes quejas de su aprendiz, así que pensó que debía enseñarle algo que le hiciera recapacitar. Una mañana, le pidió que le trajera sal y, cuando regresó, el maestro le dijo que echara un puñado en un vaso y que, a continuación, se la bebiera.
-¿Cómo sabe ahora el agua?- preguntó el anciano.
-Muy salada-respondió el discípulo poniendo cara de asco.
Aguantándose la risa, el maestro le indicó que repitiera la acción, pero en lugar de tirar la sal en un vaso lo hiciera en un lago. Caminaron sin prisas hacia un gran lago situado en medio de un vergel a las afueras de su aldea y cuando el discípulo cumplió la orden, el venerable maestro le pidió que bebiese.
- ¿A qué te sabe ahora?- le preguntó. Y el aprendiz le respondió:
- Este agua está fresquísima. No sabe nada a sal, es una delicia para el paladar.
Entonces, el maestro, cogiéndole las manos a su discípulo, le dijo:
- El dolor de la vida es pura sal. Siempre hay la misma cantidad. Sin embargo, su sabor depende del recipiente que contiene la pena. Por eso, cuando te aflijan las adversidades de la vida, agranda el sentido de las cosas. Deja de ser un vaso y conviértete en un inmenso lago.
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Cuando una enorme pena nos aflige es como si un volcán entrara en erupción y su lava invadiera completamente la isla que somos; como si explotaran todas las tuberías y cada hueco de nuestra casa se sumergiera en la desolación; como si la ciudad y sus malvadas callejuelas desenterraran sus espinas para dañarte. Y todo aprieta hasta dejarte seco de lágrimas.
Sin embargo, no es necesario que se trate de una enorme pena, pues cuando una preocupación de esas del día a día aparece en tu pantalla, la de tu mente, también lo ocupa todo, dando vueltas sin parar a tu alrededor como esos mosquitos que se cuelan en tu cuarto de noche y no te dejan dormir con su agudo zumbido.
Los grandes pesares y las insignificantes inquietudes se comportan de igual forma, solicitando tu completa atención y alojándose en tu cuerpo a sus anchas, sin haber sido invitados. Y tu cuerpo, entonces, se te antoja demasiado pequeño para tanto tumulto. Es como un pequeño vaso de agua al que se le echa un puñado de sal.
Mas podemos convertirlo en lago. Convertirse en un lago es...
💗Levantar la mirada hacia las personas que me rodean y darme cuenta de que todo lo que me ocurre a mí, también les ocurre a ellas y por lo tanto, no estoy sola en mi dolor y puedo convertirlo en palabras que alivian y abrazos que acogen.
💗 Cerrar los ojos y buscar lo infinito que hay en mí, ahí dentro del pecho, confiando en que ese espacio cada vez esté más presente en mi vida, pues es un sitio en el que la chimenea crepita, la luz es tenue y huele a hogar.
💗 Levantar la mirada hacia las centelleantes estrellas y darme cuenta de que no es un simple decorado sino la muestra de que sabemos muy poco de todo lo que ocurre más allá de nuestro cuerpo, nuestra habitación y nuestro planeta.
De esa forma, nuestra mirada será capaz de convertir esos grandes pesares e insignificantes inquietudes en parte del guion de una obra de teatro, que Alguien o quizás nosotros mismos ideamos entre bambalinas con una finalidad que nuestro pequeño cerebro no alcanza a comprender hoy.
La propuesta, por tanto, es cambiar nuestra mirada, elevarnos y convertirnos en un lago en el que la sal no sea el único ingrediente.
P.d. Dedicado a Maria José: gracias por enviarme este cuento y por acompañarme cada día en este sorprendente viaje de vasos, sonrisas y lagos.
Querida Clementina, o mejor dicho, Querida maestra. Es un lujo leerte. Hay que seguir aprendiendo para intentar domar ese Ego que solo sabe echar sal en nuestra vida
ResponderEliminarQuerido Anónimo:
EliminarTus comentarios me animan a seguir haciendo mi vaso más y más grande. Tú también eres mi maestro.