En una pequeña isla en medio del océano se encontraba la Fuente de los Cien Talentos. Todos los niños que al nacer eran bañados en cualquiera de sus cien chorros, adquirían un talento que podrán compartir con sus familiares y amigos. Había quienes tardaban en conocer su talento, otros no llegaban a saber jamás cuál era, pero los que lo averiguaban dedicaban gran parte de su tiempo a mejorarlo y utilizarlo en favor de los demás.
No obstante, un día las cosas empezaron a cambiar. Los ancianos observaron que los que tenían talentos presumían de ellos y se comportaban de forma orgullosa y arrogante. Por este motivo, muchos habitantes del pueblo comenzaron a sentir envidia y, como el agua de la fuente nacía de las raíces del Árbol de la Humildad, la envidia causó que la fuente se secara poco a poco. Llegó un momento en que hubo tanta envidia entre los habitantes de la isla, que la fuente dejó de echar agua, y ningún niño pudo adquirir su talento.
Con el paso de los años, la vida se fue haciendo más monótona y aburrida, ya que al no haber nuevas personas talentosas, todos actuaban de forma similar: cocinando de la misma manera, corriendo a la misma velocidad, o dibujando e inventando objetos muy parecidos. El día en el que el último vecino talentoso de la isla falleció, todos se sintieron muy culpables y aprendieron una importante lección:
—Debemos aceptar las diferencias de los demás sin pensar que son mejores o peores que nosotros, y ayudarlos a descubrir sus talentos en vez de provocarles envidia con los nuestros.
En aquel preciso momento, una fuerte tormenta de lluvia de humildad bañó a todos los habitantes de la isla, y poco a poco volvieron a tratarse con tanto amor y respeto como en el pasado. Entonces, la Fuente de los Cien Talentos volvió a echar agua por sus cien caños para que los niños que nacieran disfrutasen nuevamente de sus talentos. Esta vez, sus padres y amigos se ocuparían de enseñarles desde pequeños a utilizarlos adecuadamente, para ayudar a los demás y no presumir de ellos.
Juan Lucas Onieva López. Extraído del blog www.culturagenial.com
Foto de SevenStorm JUHASZIMRUS: https://www.pexels.comSi quieres asegurarte un lugar en el país de la Infelicidad... ¡Compárate con otros! Eso lo sabes y, a pesar de ello, sigues haciéndolo. Es lógico. Desde pequeño te han enseñado a competir y eso te lleva a creer que eres mejor que Antonia si sacas un 10 y ella no, que eres peor que Juan si a él lo invitan a cinco fiestas y a ti a dos, que eres peor que Rosa si ... (Rellena los puntos suspensivos). A veces estás en lo alto de tu pedestal y eso es apasionante ¿verdad? Te sientes grande, valioso, excepcional.
Sin embargo, date cuenta de que las palabras "soy mejor que", "soy peor que", aunque no las pronuncies y las guardes en un rinconcito de tu mente, están íntimamente ligadas a una sensación que conoces muy bien: la de no ser suficiente. Porque si bien a veces esas palabras no pronunciadas te hacen sentir un dios o diosa, la mayoría de las veces te hunden en el lodo, allí donde viven las insignificantes motas, los alfileres perdidos y todo aquello que no sirve para nada. Y es así como tú te sientes cuando levantas la cabeza y percibes que tu compañera de pupitre (cuando tienes 10 años) o de oficina (cuando tienes 40 años), es más guapa, inteligente, encantadora, fosforescente, mejor madre, más deportista, más eficiente y con un pelo más brillante que tú. En ese momento te vas directa a la cloaca.
Lo que acabo de describir es muy obvio, pero ahora vamos a darle una vuelta de tuerca. Como tú sabes lo mal que te sientes cuando te percibes "peor que" y, como también te han enseñado que las "buenas personas" no van por la vida haciendo que los demás sufran por su culpa ¿Qué haces? Te vistes de una grisácea falsa humildad y evitas destacar, para no llevar al otro a esa maloliente cloaca en la que estuviste hace dos días. Es como si lo que te moviera fuera el siguiente lema: "Si nadie destaca, nadie sufre porque nadie se compara". O mejor: "Seamos todos ovejas blancas y suaves, e iguales, para que nadie se sienta mal." Así se acaban los pedestales y las cloacas. Fin del problema.
Mmm. ¿Te convence? A mí no. Esta solución me huele a aburrimiento, monotonía y falta de autenticidad. Me huele a que entre todos estamos secando la Fuente de los Cien Talentos y nos estamos convirtiendo en un ejército de soldaditos vestidos de uniforme que caminan al mismo ritmo. Y, sinceramente, creo que no estamos en esta vida para esto.
En conclusión, si quieres asegurarte un sitio en el país de la Felicidad...
¡Mírate al espejo y reconócete!
¡Borra de tu diccionario las expresiones "Soy mejor, soy peor que"!
Deja el uniforme y ¡Píntate de colores!
¡Escribe tu vida con exclamaciones!
¡Destaca!
¡Maravíllate de tus dones!
¡Ofrécelos al mundo!
y también...
¡Reconoce los dones de los demás!
¡Maravíllate!
¡Alégrate de que los tengan!
Creo que solo así podremos conseguir que de la Fuente de los Cien Talentos vuelva a brotar agua pura y cristalina y que el amor, la humildad (la verdadera) y el respeto se conviertan por fin en nuestros compañeros de pupitre.
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