No tienes que ser buena.
No tienes que atravesar el desierto
A veces la vida me queda apretada. Eso ocurre cuando todos a mi alrededor se divierten con temas o actividades que a mí no me dicen nada, y que me sumen en el más profundo hastío. Y me siento como esa piedra redondeada que cae junto a piedras puntiagudas, o como un payaso de circo que acaba sin darse cuenta en una sala de reuniones con hombres de corbata negra.
Es tan importante sentir que ocupas un lugar en la familia de las cosas, que cuando choco contra las paredes de mi celda, la sensación de no ser bienvenida me corroe, me empequeñece y me hace sentir más sola que nunca. Entonces, para encontrar un lugar, solo se me ocurre una estrategia: ser buena, sonreír y adaptarme al entorno porque eso y solo eso, es lo que se espera de mí.
A veces, sin embargo, me conmuevo al darme cuenta de que he encontrado mi tribu de gansos salvajes. Como ayer. Y es en esos momentos cuando, por fin, me respeto y puedo amar lo que amo y chillar de emoción y llorar si me apetece, porque el traje me queda perfecto y ya no tengo que demostrar nada a nadie, ni siquiera a mi yo más crítico.
Hoy te escribo a ti, que te sientes sola, que no encuentras tu lugar, como cuando eras adolescente y percibías que todos se reían de ti porque no te podías permitir esos vaqueros de marca y tenías que llevar los del supermercado. Te escribo a ti, que te sientes solo y no has encontrado todavía tu tribu. Date tiempo. Llegará. Hay tantas piedras de tu tamaño que no es necesario que te golpees con un martillo para convertirte en piedra puntiaguda.
Hoy agradezco de manera infinita a la vida por haberme llevado a ese lugar en el que volar salvajemente. Por fin tengo un lugar en la familia de las cosas.
Dedicado a María y a todas mis amigas y amigos de Dragón.
Comentarios
Publicar un comentario