Se llama calma y me costó muchas tormentas.
Se llama calma y cuando desaparece…. salgo otra vez a su búsqueda.
Se llama calma y llega con los años cuando la ambición de joven, la lengua suelta y la panza fría dan lugar a más silencios y más sabiduría.
Se llama calma cuando se aprende bien a amar, cuando el egoísmo da lugar al dar y el inconformismo se desvanece para abrir corazón y alma entregándose enteros a quien quiera recibir y dar.
Se llama calma cuando la amistad es tan sincera que se caen todas las máscaras y todo se puede contar.
Se llama calma y el mundo la evade, la ignora, inventando guerras que nunca nadie va a ganar.
Se llama calma cuando el silencio se disfruta, cuando los ruidos no son solo música y locura sino el viento, los pájaros, la buena compañía o el ruido del mar.
Se llama calma y con nada se paga, no hay moneda de ningún color que pueda cubrir su valor cuando se hace realidad.
Se llama calma y me costó muchas tormentas y las transitaría mil veces más hasta volverla a encontrar.
Se llama calma, la disfruto, la respeto y no la quiero soltar…
Dalai Lama
Del blog https://www.soloser.com/
Foto de Meike: https://www.pexels.com/
Cuando yo tenía veinte años la calma se me antojaba aburrida, como una pared blanca sin cuadros ni espejos. Me gustaban el color, el barullo y la variedad. La vida como una piñata que se cuelga en una rama y al darle palazos, salen de ella caramelos, confeti, silbatos y purpurina. Eso es lo que buscaba con ímpetu. Claro, con esa edad las nubes no se habían movido de su sitio, ni tampoco las estrellas. O eso me parecía a mí. Un mundo libre de sobresaltos en el que el sufrimiento era únicamente generado por mis personajes internos. Un espejismo de estabilidad.
Pero un día eso cambió y se rasgó el paisaje con un ruido atroz. Entré en una realidad paralela, distinta a la de los demás, que seguían sonriendo. ¿Cómo podían sonreír si todo se derrumbaba y caían piedras del cielo? Esa realidad paralela estaba hecha de caverna y me percibí ansiando algo que nunca había valorado: la calma.
La calma, esa paz interior que es como una playa de arena suave y calentita, es el mayor talismán que hoy poseo. A veces el mundo se quiebra y parece que mi talismán se ha ido para siempre, pues revolotean sobre mí olas terroríficas, marañas de sinsentidos, y solo puedo bajar la vista hacia la tierra seca que no posee horizonte. Y sin embargo, incluso en esos momentos, mi corazón está ahí latiendo y se llena de gratitud ante todos los ángeles que me rodean que parecen personas de carne y hueso pero que podrían no serlo, pues les delata su mirada de profunda generosidad. Y entonces, aunque todavía no haya vuelto mi amada calma, me doy cuenta de que nunca estoy sola, sino rodeada de tantas almas bondadosas que me ofrecen el abrazo que necesito en ese momento. Y eso, justo eso, es lo que me hace levantar de nuevo la mirada, dejar de temblar y volver a Creer que hay mucho más al otro lado de este escenario. Creer que todo tiene un propósito de Amor.
Desde aquellos ingenuos veinte años he vivido varias tormentas; en todas se me ha escapado la calma; en todas la he vuelto a recuperar. Y solo si la transito puedo Ver.
💓Esta entrada está dedicada a María José y Ángel. Muchas gracias. Vuestro abrazo hizo que encontrara de nuevo mi talismán.💓
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